CARTA DESDE MANOGUAYABO

Batey Bienvenido, Manoguayabo, 6 de abril de 2022

Queridos amigos:

Un abrazo grande desde estas tierras dominicanas. Espero que todos os encontréis bien. ¡No sé cuántas cartas os he escrito en mi mente durante estos meses, contando muchas anécdotas vividas! Pero la verdad es que me ha costado sacar el tiempo para digitarlas.

Realmente el tiempo pasa volando, es increíble lo rápido que hemos pasado de la navidad a ya casi la semana santa… Lo bueno es que, aunque los días pasan rápido, también es cierto que han dado para vivir mucho.

El mes pasado estuve en Puerto Rico. Aproveché para irme unos días de retiro antes del encuentro con uno de los grupos de jóvenes en discernimiento que tenemos allá. Fueron unos días preciosos, tanto los de mi retiro, que me vino genial, como los del encuentro con los jóvenes. Y es que siempre es una gozada poder animar y acompañar a quien anda buscando su lugar en el mundo…

También en la capilla del batey estamos intentando reactivar a la comunidad, después de los estragos que ha hecho la pandemia en cuanto a la participación y la implicación de la gente. Para ello, en las últimas semanas he dado algunos talleres de formación, tanto de liturgia como de pastoral de enfermos, con un grupito que hemos formado para visitar a las personas que lo necesitan. Tenemos agendadas otras actividades de revitalización de las demás pastorales, así que, por esa parte, ¡no nos vamos a aburrir!

En cuanto a la pastoral social que llevo a cabo a través de los proyectos, me han ido llegando casos muy, muy dolorosos.

Debido a que los de Migración estuvieron metiéndose en los bateyes y haciendo redadas fuertes durante los meses de noviembre y diciembre, hay ahora muchas mujeres que se han quedado solas con sus hijos y sus bebés, puesto que a sus maridos los deportaron para Haití. Los dos primeros meses, los dueños de las casas donde vivían fueron comprensivos, pero después ya les exigieron que pagaran los meses pendientes de alquiler o que se fueran. Y, lógicamente, tuvieron que salir de las casas porque no tenían nada con qué pagar. Tal es el caso de Daphnee, y el de Carlise, y el de Lerlena, y el de Jesula, y el de Nelina… y tantas otras mujeres en la misma situación. A estas en concreto las estamos ayudando desde el proyecto Son Nuestros Hermanos, tanto con alimentos como con una pequeña aportación mensual para pagar los nuevos “habitáculos” que han buscado para vivir (los llamo habitáculos porque ni siquiera se les puede dar el nombre de casa).

De verdad que la situación de las mujeres aquí es tremenda, lo tienen muy difícil para poder valerse solas. La semana pasada se me rompió el corazón cuando vi un mensaje de WhatsApp de Emmania. Ella quedó viuda en diciembre, con cuatro hijos. A uno de ellos lo tuve el año pasado en La Escuelita, pero al comenzar el curso le conseguimos inscripción en la escuela pública. Pues bien, su mensaje, literalmente, decía: “Lidia, necesito tu ayuda por favor, mis hijos se están muriendo de hambre, no tengo nada para darles, por favor, ayúdame, por favor”. Ya os podéis imaginar el desgarro interior al leer un mensaje tan desesperado… le dije que viniera, le di algo para aguantar un par de días y, lógicamente, la metí en la lista de familias a las que hay que dar alimentos cada quincena.

Y si me pongo a contar anécdotas, puedo hablaros también de Anayika y Jerry. Ella es una chica que apareció hace tres semanas en la oficina, ¡la timidez personificada! No habla español, pero en creol nos dijo que vive aquí desde hace tres meses y no tiene ningún documento. Obviamente, le preguntamos con quién vive y dónde. Entonces nos contó que vive con su novio Jerry ¡¡¡de 17 años!!! Resulta que ella vivía con sus padres en Haití, pero a ambos los mataron en las revueltas que ha habido en los últimos meses. Se quedó sola, sin familia, y Jerry fue a buscarla para traerla aquí a vivir con él. Por supuesto, le mandé hacer un acta de nacimiento para que al menos tenga algo, y le pedí que me trajera a Jerry para conocerlo. El vino un rato más tarde. Es un encanto de muchacho, también muy tímido. Al preguntarle de dónde saca el dinero para pagar el alquiler me dijo que es limpiabotas, pero que con eso no gana suficiente ni para pagar el alquiler, de hecho, en ese momento debía dos meses. A pesar de la gravedad de la situación, me pareció una historia llena de ternura. Obviamente, también me sentí en la obligación moral de incluirlos en la lista de alimentos… Lo malo es que ya vamos por 140 familias a las que estamos repartiendo. Menos mal que el padre Ronal, que es quien me da el dinero para eso, no solo no redujo la donación para este año como estaba previsto, sino que incluso la aumentó cuando le conté cómo estaba la situación. Nunca le estaré suficientemente agradecida por su generosidad, porque verdaderamente ese tema me quitaba el sueño.

En cuanto al proyecto Sin Papeles No Soy Nadie, seguimos a tope. Lo malo es que los pasaportes están tardando casi ocho meses en llegar desde el momento en que se depositan. Y los de migración siguen lentos con las renovaciones de los permisos temporales de trabajo, así que la gente vive en estado de pánico por tener los documentos vencidos. Como novedad en este sentido os cuento que me contactaron de una Asociación Haitiana que quiere ayudar a los jóvenes que están en el país para que puedan seguir estudiando y convertirse en profesionales. Tienen buenas ideas para poner en práctica y me pidieron que fuera su consejera, ¡qué cosa! Independientemente de que pueda aconsejarles, fue muy bonito experimentar la confianza que esta gentecilla deposita en mí. Os aseguro que guardo en mi corazón muchos momentos que se convierten en tesoros.

Y La Escuelita también sigue su curso. A principios de enero los convoqué para tener una pequeña fiestecita. Tras hacer varios juegos les conté la historia de la navidad hasta el momento en que los Magos de Oriente van a visitar al Niño Jesús y le llevan sus regalos. Les hablé de Melchor y Gaspar, que son blanquitos como yo, y de Baltasar, que es morenito como ellos. Al preguntarles quién les gustaría a ellos que los visitara empezaron a vocear ¡Baltasar, Baltasar! Y, sorprendentemente, Baltasar apareció con regalos para todos. Jajajaja, aquí, en confianza, ahora que nadie nos escucha… menos mal que no dijeron Melchor ni Gaspar, porque me hubiera visto en serias dificultades… En fin, que echamos un rato bonito, lleno de ilusión y alegría.

Bueno, pues creo que esto es todo por hoy. Desde ya os deseo una buena semana santa, ojalá vivida con la profundidad que merece. En mi próxima carta os contaré, pero, a menos que ocurra un milagro de última hora, este año me toca otra vez presidir, como el año pasado, todas las celebraciones del Triduo porque no hay ningún sacerdote que pueda ocuparse de nuestra pobre capilla. Hasta esos límites llega la pobreza de este batey… pero, por supuesto, lo haré con mucho cariño, dando lo mejor de mí para que pueda ser una experiencia profunda para todos.

Ya sí, un abrazo y todo mi cariño.

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana