CARTA DESDE MANOGUAYABO

Manoguayabo, 10 de noviembre de 2013

Queridos amigos:

Os escribo en un maravilloso día soleado, padeciendo ese calorcito húmedo dominicano que hace sudar y sudar, pero al que ya me voy acostumbrando después de las casi 7 semanas que llevo aquí.

Miro al hermano sol y doy gracias a Dios por él, por la luz que nos ofrece y nos permite ver. Y esto lo digo de corazón, porque así lo siento, porque estoy convencida de que es una bendición que cada mañana el sol despierte y permita hacer tantas cosas que son imposibles cuando no hay luz y, por tanto, no se ve.

Igual pensáis que tanto calor me está afectando y que digo tonterías, ¡pero no es así! Es, simplemente, que lo que he vivido en los últimos días me ha hecho valorar más algunas cosas. Os cuento… Se ve que la noche del lunes unos “tigres” (ladronzuelos) nos cortaron y robaron el cable de la electricidad desde fuera de casa, con la idea de vender el cobre. Durante todo el martes nosotras fuimos conscientes de que no había luz, pero pensábamos que no la habían dado, porque aquí es algo normal. Ya al atardecer, las hermanas se dieron cuenta que el cable estaba cortado.

Os dije en mi primera carta que tenemos unos “inversores” que nos permiten tener luz cuando no la hay en el barrio. Éstos son como una especie de depósito de electricidad, que se van recargando cuando hay suministro eléctrico. Como llevábamos todo el día tirando de los inversores y no sabíamos cuándo se arreglaría la situación, decidimos ser prudentes y cuidar la reserva que aún había, ahorrando al máximo. Pero el día siguiente, estando rezando vísperas, los inversores se agotaron del todo y tuvimos que terminar de rezar y comulgar ya con las luces de los móviles y de las velas. Era miércoles 30 de octubre y el día siguiente se celebraba la noche de Halloween y, junto a ésta, ritos que las comunidades de haitianos hacen en esta misma fecha. La cultura dominicana está impregnada de muchas creencias en brujerías y supersticiones. Se ve que en estos días casi todas las confesiones religiosas del lugar celebran novenas para prevenirse de peligros que les puedan sobrevenir por Halloween. En momentos de silencio, y estando a oscuras, parece que se agudiza más el oído. Recuerdo que aquella noche, en esos momentos de oscuridad silenciosa, podíamos oír los rezos de las novenas en la distancia.

vela tenebrosa halloweeenLa noche de Halloween no ocurrió absolutamente nada, pero la siguiente, la del viernes 1 de noviembre, fue de película de terror. Aunque el miércoles por la mañana habíamos dado aviso para que vinieran a arreglarnos el tema de la luz, seguíamos a oscuras. De los grifos ya salía poco agua, porque la bomba no tenía fuerza suficiente. Unos minutos después de las 6 de la tarde, como no se veía nada dentro de casa y tenía mucho calor, salí fuera a tomar un poco de aire, a pesar de que ya estaba oscurito y había muchos mosquitos. Nos dimos cuenta que se había quedado prendida una luz de la escuela. El cielo estaba amenazante como nunca antes lo había visto, con nubarrones muy cargados que acechaban por todos los costados. Fui con una de las hermanas a la escuela para apagar la luz. Estando dentro, el tormentón se desplegó por completo, porque aquí es así de rápido. Alguien dice “por ahí viene una vaguada”, y a los pocos minutos, cae un diluviazo tremendo. Dentro de la escuela nos estábamos iluminando con la vela que yo había llevado, porque el móvil ya se me había terminado de descargar el día anterior. Cada dos por tres todo se iluminaba, como en las películas de terror, por grandes relámpagos; los truenos eran ensordecedores y el ruido de la lluvia cayendo sobre la Uralita del techo también. Salimos de la escuela y no había dado un paso cuando, lógicamente, mi vela se apagó. Pude ver el camino que hay hasta casa gracias a la luz de los relámpagos. Cuando llegamos, nos secamos y nos fuimos acartel puerta escuela la capilla.

Rezar a la luz de las velas, con los truenos y relámpagos, causaba bastante sensación. Menos mal que poco a poco la tormenta se fue alejando. Los viernes por la noche, después de rezar vísperas, hacemos una hora y pico de Adoración. En ese rato recé mucho por tanta gente como hay por aquí que vive en chabolitas, porque seguro que la tormenta les debió causar muchos perjuicios.

La verdad es que a lo largo de los 8 días que hemos estado sin luz, he pensado mucho en la cantidad de gente que normalmente vive sin ella. En realidad se puede vivir sin electricidad, todo es cuestión de acostumbrarse. Y quien nunca ha tenido algo, vive sin ello con normalidad, porque no lo siente como una necesidad. Yo reconozco que, quitando lo que me ha dolido ver que la comida se nos estropeaba, o que el último día no se le pudo ofrecer a los pequeños de la escuela la comida de mediodía, no me ha supuesto un gran problema la falta de luz, aunque imagino que no diría lo mismo si hubieran tardado más en arreglarla, más que nada por el tema de la ducha. Pero me ha hecho plantearme qué cosas necesitamos realmente para vivir y cuáles no.

pasilloAdemás, de una manera gratuita, esta “aventura eléctrica” me ha ayudado, no sólo a ser consciente de lo que significa la luz en nuestra existencia cotidiana, sino de renovar, por una parte, la necesidad de que Jesucristo siga iluminando mi vida y, por otra, esa llamada que los cristianos tenemos de ser luz para los demás, de iluminar las vidas de las personas con las que convivimos, siendo reflejo de Aquél que es la Luz verdadera. Supongo que es por ello que cada día me iba sorprendiendo la cantidad de veces que en los salmos, preces y oraciones de laudes y vísperas que rezamos aparece el tema de la luz: “El Señor es mi luz y mi salvación”, “amanece la luz para el justo” (salmo 96), “que Dios ilumine su rostro sobre nosotros y nos bendiga” (salmo 66), “Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz” (Col 1,12), “te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta el fin de la tierra (salmo 71), “que en todas nuestras palabras y acciones seamos hoy luz del mundo…”, “Envía, Señor, la abundancia de tu luz…”, “Te damos gracias porque nos has alumbrado con la luz de Jesucristo…”, “Tú que nos has dado la luz del nuevo día…” y un sinfín más con los que no os voy a aburrir. Eso sí, desde el deseo profundo de que todos seamos conscientes de esa Luz que nadie nos puede robar y que la transmitamos a los demás, termino con la oración final de las vísperas del martes de la II semana:

Señor del día y de la noche, humildemente te pedimos que la luz de Cristo, verdadero sol de justicia, ilumine siempre nuestras vidas, para que así merezcamos gozar un día de aquella luz en la que tú habitas eternamente. Por Jesucristo Nuestro Señor.

Un abrazo y hasta pronto,

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana