CARTA DESDE MANOGUAYABO

Manoguayabo, 21 de enero de 2014

Queridos amigos:

Confío que os encontréis bien y que el comienzo de año haya sido bueno para todos. Por aquí, tras las vacaciones de Navidad, hemos reanudado las actividades en la escuela y seguimos viviendo lo cotidiano. Eso sí, en mi vida van apareciendo nuevos rostros, nuevas historias personales, nuevas calles por las que aún no había transitado…. Y sigo descubriendo aspectos de esta cultura dominicana en la que me encuentro. Por todo, doy gracias a Dios.

He tenido oportunidad en estos días de conocer la Plaza de la Salud, uno de los hospitales de la capital, con unas instalaciones bastante buenas y amplias. Claro, es un lugar privilegiado, al que acude gente que tiene determinados seguros. En realidad puede ir cualquiera, pero mucha gente no va por miedo a no tener dinero para pagar la diferencia entre lo que le cubre su seguro y lo que realmente cuesta la intervención quirúrgica que necesite.

Pero lo normal, al menos en el lugar donde nosotras vivimos, es que cuando uno está mal vaya al centro de salud de su zona. Por lo que me cuentan, son centros bastante desorganizados, con falta de higiene, en la que la gente se amontona sin orden ni concierto y se tiran en el suelo mientras esperan ser atendidos. Se usa agua del grifo, que tiene muchas bacterias, especialmente amebas, por lo que es fácil que cualquiera salga de allí con más parásitos de los que ya tenía, lo cual es causa de diarreas, manchas en la piel, etc. Además, quienes atienden a los pacientes son doctores residentes que aún están haciendo sus prácticas de dos años. Como no cobran nada, no suelen cumplir los horarios establecidos. De esto puedo dar fe porque ayer fui a visitar el de mi barrio a eso de las 15,40 y ya estaba cerrado, cuando se supone que atienden hasta las 16 horas. Estos “casi” profesionales rotan mucho y no suelen estar más de un año en el mismo sitio, lo cual también es causa de inestabilidad, en el sentido de que se dificulta el seguimiento de los pacientes.

Pero bueno, os contaba que fui a la Plaza de la Salud. En concreto, el primer día fui al Banco de Sangre, con intención de donar, para que otra persona pudiera ser operada. Aquí la norma es esa: cuando alguien necesita que le realicen una cirugía de cualquier tipo, se le exige que lleve previamente a un donante, para que done al menos una pinta de sangre. En realidad no importa que el donante sea del mismo tipo sanguíneo que el paciente, porque es un simple recurso para ir obteniendo reservas continuamente. Cuando me enteré del procedimiento me pareció una idea estupenda, porque es una manera de contribuir a algo tan importante como la donación de sangre. Los pacientes se responsabilizan y, al mismo tiempo, se va creando conciencia entre la población de algo que es francamente necesario.

Sin embargo, a medida que han pasado los días me he dado cuenta que es una medida que puede llegar a perjudicar mucho y a crear graves injusticias. Estoy pensando, por una parte, en los donantes, porque parece ser que, en el pasado, muchas personas se han visto infectadas de SIDA en el país, porque los centros donde han tenido que donar no cumplían las condiciones mínimas de higiene y sanidad. Afortunadamente, las cosas han mejorado considerablemente y ya se usan jeringuillas y agujas nuevas para cada paciente, que se abren incluso en el momento de la extracción para que no haya dudas.05 Plaza de la Salud

Y por la parte de quienes necesitan ser operados, pienso en el caso de personas ancianas que no tienen parientes, ni nadie a quien le puedan pedir el favor, o que a quien puedan pedirlo resulte que en ese momento no puede donar, como me pasó a mí el día que fui. Ciertamente, hay gente que “vende” su sangre, según me han dicho, a razón de 1000 pesos la pinta (unos 20 euros, mal calculado). Pero esas personas en las que estoy pensando no solo no tienen familia, sino tampoco dinero para pagar un donante. ¿Qué pasa con ellos?

Como anécdota, me contaba una amiga que cuando fueron a operar a su madre, uno de los hijos donó. Como la operación era complicada, se necesitó otra pinta, lo cual significó otro donante. Y antes de llegar a salir del hospital, la señora necesitó otra operación, por lo que pidieron un donante más (tened en cuenta que no puede ser la misma persona porque tiene que haber al menos dos meses entre una donación y otra). Como ya no sabían a quién pedirle y la persona que compartía la habitación del hospital no había necesitado ninguna transfusión, pidieron que se considerara su donación como si hubiera sido de ellos. No hubo manera, por lo que la mujer no pudo ser operada y se marchó a su casa a morir. No hubiera costado nada que  le dejaran aprovechar la de otro paciente que no la había necesitado, especialmente, porque ya había llevado dos donantes previamente.

Todo esto me ha hecho pensar mucho en estos días. La idea de pedir la donación de sangre me pareció y me sigue pareciendo buena pero, como tantas leyes, terminan siendo injustas y afectando negativamente a la población más vulnerable por la falta de flexibilidad a la hora de aplicar los criterios. Volvemos a la disyuntiva de si la ley está hecha para el hombre, o el hombre para cumplir la ley. ¡Qué pena, verdad? Se ve que seguimos sin enterarnos del mensaje de Jesús.

Ojala poco a poco vayamos cambiando la mentalidad, también la profesionalidad, para hacer este mundo un poco más justo, más solidario, más fraterno.

Un abrazo y hasta pronto,

 

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana