CARTA DESDE MANOGUAYABO (9)

Manoguayabo, 17 de mayo de 2014

Queridos amigos:

Confío que os encontréis bien y estéis viviendo los frutos de la Pascua de Resurrección.
Desde la última vez que os escribí han ocurrido muchas cosas. Como siempre pasa en la vida, unas son buenas y otras no tanto. Como buena noticia quiero compartir con vosotros algo que viví como regalo de Dios hace unos días. Tiene que ver con uno de los vecinos del Batey, un hombre de unos 40 años, casado y padre de dos niños. Su situación es muy complicada porque hace un par de años tuvo un accidente por culpa del cual tuvieron que amputarle una pierna. Además de eso tiene también otras enfermedades. El caso es que a lo largo de este tiempo, él se ha ido manteniendo como ha podido. Tiene una destreza increíble para hacer redes, por lo que muchos días me lo encontraba en la puerta de su casa, tejiendo para después vender el fruto de su trabajo. Desde el principio me sorprendió su actitud: nunca lo vi autocompadecerse, ni quejarse. Más bien empleaba sus energías en afanarse en su trabajo para poder sacar a su familia adelante. De pronto dejé de encontrármelo, pero pensé que su ausencia se debía a que estaba vendiendo. Cuando pregunté, me enteré que le había dado una trombosis a la cual siguió otra más. El primer día que lo visité después de conocer la noticia, salí consternada de su casa, con el alma en los pies. Su aspecto era absolutamente deplorable y digno de compasión. No podía mover la mitad de su cuerpo, justamente el lado del brazo con el que se apoyaba en su muleta, por lo que su movilidad estaba prácticamente anulada. Le dolía mucho la cabeza, decía que por unas masas interiores que se le habían formado, no sabía si a causa de la trombosis o como reminiscencias del accidente. Y el cuerpo lo tenía lleno de pústulas. Había ido al médico y le habían recetado varias cosas, pero no había podido comprar ninguna por falta de dinero. Esto fue un martes. En ese momento le dejé algunas de las medicinas que necesitaba, las genéricas que siempre llevo encima, y nos llevamos las recetas, por intentar conseguirle las otras. El miércoles volví a visitarlo, acompañada de una doctora de la zona que se ofreció a visitar en su casa a quien no pudiera salir (¡una nueva bendición para la pastoral social, claro!). Ella se comprometió a hacerle allí mismo otros análisis que necesita. El jueves le llevamos las otras medicinas y el viernes, a última hora de la tarde, una silla de ruedas que le conseguimos.
Quizá os estéis preguntando cuál es el regalo que Dios me hizo… Pues bien, el regalo fue que el domingo, estando en misa, en el momento de la paz me volví y allí estaba él, al final de la capilla, sentado en su nueva sillita de ruedas. Llevo aquí casi ocho meses y os aseguro que nunca lo había visto en la capilla, porque de su casa queda relativamente lejos como para ir en muletas. De veras que fue un regalazo. Fui corriendo a darle la paz, por supuesto, y, al verlo ya de cerca, me pareció totalmente cambiado, muy mejorado, casi nada que ver con el hombre con el que había estado solo cinco días antes. Di muchas gracias a Dios, muchas. Por la tarde fui a su casa para llevarle unas vitaminas que le había conseguido y le dije lo mucho que me había alegrado verlo por la mañana. Me dijo dos cosas. La primera, que tener la silla de ruedas le cambiaba considerablemente su situación, por la movilidad que le aporta. La segunda, dio las gracias. Y aquí está el segundo regalo, porque esas “gracias”, viniendo de él, son especiales. Me explico. Yo no hago las cosas para que nadie me dé las gracias; de hecho, ni siquiera espero agradecimientos de nadie y, cuando lo recibo, suelo decir que den las gracias a Dios. Pero en el tiempo que llevo aquí he observado que hay gente a la que le cuesta muchísimo dar las gracias. Y no es por falta de voluntad, ni de educación, ni nada por el estilo. Estoy convencida de que es una especie de bloqueo, que les cuesta dar las gracias por la vergüenza y la impotencia que sienten ante su situación, por tener que depender de la caridad ajena. Alguien podría pensar que es simple orgullo, o falta de humildad, pero yo creo que no. He pensado y orado mucho sobre esto, y creo que es difícil entenderlo si no se vive, si uno no se pone en la piel de esas personas, especialmente si son hombres a los que, por cuestiones culturales, les cuesta más, no sólo dar las gracias, sino también pedir lo que necesitan. Me ha pasado con él y con otros. Por eso, que esa tarde él me mirara a los ojos y agradeciera lo que hasta el momento habíamos hecho por él, fue algo especial. Para mí tuvo un valor increíble.
Por otra parte están las noticias “no tan buenas”, y es que en el país llevamos un tiempo en el que ha aparecido una nueva enfermedad. Se llama la fiebre chikungunya, y cada vez se va extendiendo por más provincias. Nosotros ya la tenemos aquí, ¡y de qué manera! Es alucinante la cantidad de personas que a mi alrededor ya la han contraído. Se ve que la ocasiona el mismo mosquito que produce el dengue, es decir, el Aedes aegypti. 09 mosquito TRANSMISOR DE CHIKUNGUNYA

Y es que en República Dominicana las condiciones están dadas para que en todo el país se propague el Chikungunya rápidamente, debido al hacinamiento que hay, a la precariedad en el suministro de agua, a las condiciones higiénicas… El mosquito surge en cualquier lugar donde se acumule un poco de agua, y eso, por desgracia, se encuentra por todas partes, ya que basta que llueva, que alguien tire el agua a la calle (que es lo más frecuente) o que quede un grifo abierto para que surjan criaderos de mosquitos… Como ejemplo, diré que si hay larvas en un recipiente de 55 galones, que es el que más se usa aquí para guardar agua, ¡¡¡se pueden producir entre 80 y 120 mosquitos al día!!!
Entre los síntomas de la chikungunya están la fiebre alta, el dolor de cabeza, en las articulaciones y los músculos, y las erupciones en la piel. La diferencia con el dengue es que es de baja mortalidad, lo cual es bueno, y también que es viral, lo cual no es tan bueno porque hace que se propague con más rapidez.

09 pustula en la piel
Esta tarde hemos ofrecido desde el Equipo de Pastoral Social la tercera charla sobre enfermedades, y esta vez le hemos pedido al que las da que hablara de la chikungunya, porque, dada la situación, era algo obligado. Nos ha informado que, cuando se sienten los síntomas, es importante ir al médico, primero, para asegurarse que no es dengue, porque en ese caso hay que hospitalizar. Y, segundo, porque conviene tomar unos antibióticos específicos, a fin de que se cure en condiciones. De no hacerlo, la enfermedad aparecerá a los tres meses y de manera más intensa. Mi preocupación es que mucha de la gente que la ha contraído tienen complicado lo de ir al médico. Por una parte, por el estado tan doloroso en el que se encuentran y, por otra, por falta de medios. Confiemos que esto pase pronto y que no tenga repercusiones demasiado graves.
Afortunadamente, nosotras en casa no nos hemos visto afectadas, al menos por ahora. Esperemos que nos libremos… aunque nunca se sabe.
Me despido ya. El próximo mes seguiré contándoos cómo va todo. Hasta entonces, un fuerte abrazo y hasta pronto,

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana