CARTA DESDE SAN PEDRO SULA

San Pedro Sula, 15 de octubre de 2022

Queridos amigos:

Espero que todos os encontréis bien. Si os soy sincera, no pensaba seguir escribiendo estas cartas, pero, como bastantes personas me han insistido en que lo haga… aquí estoy de nuevo.

Ya llevo cinco semanas en estas tierras hondureñas, haciéndome a la nueva cultura, los nuevos rostros, el clima algo (solo algo) menos caluroso que en República Dominicana, los nuevos apostolados, la nueva comunidad… ¡Todo nuevo! Y, aunque sigo recordando con mucho cariño -y en ciertos momentos con cierta nostalgia- mi querido batey y sus habitantes, reconozco que me encuentro bien, contenta y animada con esta nueva comunidad y misión.

Os cuento que uno de mis principales apostolados aquí es el de Madres Maestras, un proyecto muy bonito fundado por otra claretiana, Consuelo Martínez, en 1995. Mi labor consiste en coordinar 21 jardines de infancia situados en zonas muy pobres repartidas por cuatro municipios: San Pedro Sula, Villanueva, San Manuel y Choloma, todos ellos en el departamento de Cortés. La peculiaridad de estos jardines es que las maestras, no solo son voluntarias, sino que son madres de niños que están o han estado en los jardines. En este momento tenemos más de 400 niños y más de 100 maestras.

Lógicamente, la mayoría de las mujeres, al ser de zonas marginales, no han tenido acceso a la universidad, de ahí que las capacitemos de manera adecuada para el trabajo que han de realizar: educar con ternura. Son mujeres sencillas pero fuertes, llenas de imaginación y esperanza, convencidas de que pueden mejorar la realidad de sus barrios a través de la atención integral a sus niños. Lo de “educar con ternura” no es una frase bonita, sino el lema que caracteriza a estos jardines, puesto que, por el contexto en el que viven -no solo de pobreza sino de violencia-, a esos niños les falta mucho amor, y necesitan saber que se puede vivir de otra manera, con otros valores.

Además de ofrecer educación y alimentos a los niños, el proyecto busca promocionar a las mujeres, capacitarlas, empoderarlas… lo cual no es poco. En este mes, hablando de manera personal con algunas de ellas, he quedado impresionada por lo que en sus vidas ha supuesto y supone participar en esto. Os aseguro que he escuchado testimonios preciosos, de los que tocan el corazón y humedecen los ojos. Y no solo de las madres maestras, también la semana pasada la pequeña Kendra me dio un testimonio precioso de fe. Fui a visitar su jardín y, después de pasar un ratito cantando con los niños en el aula, fui a buscar a la maestra para que me enseñara la capilla. Kendra se salió de la clase y nos siguió, y estando en la capilla, señaló la cruz de Jesús y me contó que su abuelita llevaba ya una semana con El en el cielo. Os aseguro que, en cuestión de cinco minutos, escuché de boca de esa pequeñaja una de las mejores lecciones sobre cómo es posible compaginar el dolor por la pérdida de un ser querido con la fe en la resurrección.

Como os decía, los jardines están ubicados en zonas muy marginales. Algunas de ellas me recuerdan a mi querido batey Bienvenido de Santo Domingo, por tener casas construidas a base de láminas de cinc, calles sin asfaltar… los rostros son diferentes, pero la pobreza parecida.

Con dos de los jardines ya tuve que hacer una “operación rescate” a la semana de estar aquí, puesto que abrieron una represa de la zona que ya no podía seguir conteniendo el agua y eso hizo que muchos poblados se inundaran, entre ellos, aquellos en los que están estos jardines de los que os hablo.

Además de lo de la represa, para empeorar el asunto, andábamos con tormenta tropical, con sus lluvias correspondientes. Así que allá tuve que ir con la camioneta del proyecto y con otra para sacar todo lo que había en ambas escuelas (nevera, estufa, bombona de gas, mesas, sillas, etc.) a fin de que no se dañara nada. Fue toda una aventura. Y a la semana siguiente, ya pasado el peligro, a volver a cargar todo y llevarlo a su sitio.

Ese día en que fuimos a sacar las cosas de los jardines llegué a casa con el corazón roto. Mientras estábamos con la mudanza en uno de ellos, ya vimos pasar caminando a varias familias con sus cosas a cuesta, algunos en una carretilla, otros con la ropa y utensilios en cubos. Se trata de gente que en noviembre de 2020 perdieron todo a causa de los huracanes Eta e Iota. Pero es que, cuando volvíamos a casa, ¡¡¡¡descubrimos a muchas familias que ya estaban con sus pertenencias debajo de un puente grande!!!! Y ahí estuvieron durante varios días, con el miedo metido en el cuerpo, guarecidos debajo del puente y turnándose para ir a vigilar sus casas de vez en cuando, por el miedo a que alguien se metiera dentro, aprovechando la situación, y les robara lo poco que hubieran dejado. Una situación tremenda…

En este tiempo ya he visitado la mayoría de los jardines y he tenido reuniones con el equipo coordinador y con las animadoras. Aquí el curso termina a finales de octubre, así que hay muchas cositas para preparar de cara al fin de curso. Ya os seguiré contando…

Por otra parte, y además de otros apostolados, voy a acompañar la pastoral social de la parroquia, formada por ocho comunidades, además de la sede parroquial. Aún no he empezado con esto, pero la próxima semana me reuniré con la coordinadora general y empezaré a asistir a las reuniones de cada uno de los equipos de pastoral social de las comunidades para ir conociendo el terreno. Así que… ¡trabajo no me va a faltar!

Y es que, como en todas partes, necesidades hay muchas. Lo importante es que sepamos estar al lado de quienes nos necesitan en cada momento, escuchando, acompañando, compartiendo lo que somos y tenemos… Esta tarde he ido con una de mis hermanas a misa a la iglesia que nos queda más cerca. Antes de la eucaristía hemos tenido la visita de la imagen de la Virgen de Suyapa, patrona de Honduras. Con motivo del 275 aniversario de su descubrimiento, la imagen está visitando todas las parroquias de San Pedro Sula, y hoy nos tocó a nosotros. Cuando terminó el acto, salí con la gente a la puerta a despedirla. Había a mi lado un viejito que la miraba emocionado. Solamente le dije “Creo que acabamos de tener la visita más importante del año”, y él me respondió, con lágrimas en los ojos, que no se sentía digno de un regalo tan grande y, a partir de ahí, se puso a contarme lo solo que se siente desde que su esposa falleció hace ocho años. Realmente, solo lo escuché, no hice nada más, pero creo que se fue contento a casa, porque era lo único que necesitaba, compartir con alguien lo que lleva en su corazón. Por eso os animo a que estemos atentos y a que compartamos nuestros dones con los demás, no se necesita mucho, a veces, basta con dejar nuestras prisas o nuestros teléfonos para dedicar unos minutos a alguien.

Bueno, aquí lo dejo por hoy. Volveré cuando pueda para seguir dándoos a conocer esta nueva y bonita realidad en la que el Señor de la Vida me ha puesto para entregar mi vida.

Os deseo a todos un buen resto de mes misionero. Un abrazo grande y mi cariño,

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana