TESTIMONIOS EXPERIENCIA DE VERANO EN TÁNGER 2012

Del 10 al 25 de agosto de 2012 un grupo de once personas ha tenido la oportunidad de vivir una Experiencia Misionera en Tánger. Principalmente se ha colaborado con la Asociación Marroquí de Ayuda a Niños en Situación Difícil (AMANSD), sita en el barrio de Mesnana, aunque también se ha colaborado con el Hogar Nazaret y las Misioneras de la Caridad. Aquí podéis encontrar testimonios de algunos participantes.

Testimonio de Pili Sáez.

Acabamos de regresar de una experiencia en Tánger en la que hemos aprendido a valorar la acogida y la generosidad de personas a las que íbamos a ayudar. La Providencia sin duda ha sido quien ha dirigido nuestros pasos.

Nuestro grupo ha sido muy variado en edades y ocupaciones, pero no en su deseo de servicio hacia los más necesitados: los niños.

Estaba formado por nueve personas: Miguel, Isabel, Lucía, María, Belén Cristina, Noemí, Ana y Pilar, coordinadas por dos religiosas claretianas: Lidia Alcántara y Beatriz Pereiro.

Para algunos era su primera experiencia y, debido a ello, la inquietud ante lo desconocido planeaba sobre sus corazones. No obstante solo fue hasta llegar al centro y conocer a los niños: rápidamente todo ocupó su lugar y pasamos a tomar parte de las actividades programadas con alegría y entusiasmo.

Compartimos su mesa y su hogar y colaboramos en todo lo que se necesitaba de nosotros, reforzando nuestro compromiso con la oración compartida.

Participamos también, en el centro de los HH Franciscanos de La Cruz Blanca acompañando a los residentes, discapacitados profundos, en sus comidas y paseos, así como colaboramos con las hermanas de la Madre Teresa de Calcuta en su guardería para niños con necesidades.

Los quince días han pasado muy rápidamente y nos han hecho dejar esas tierras con el corazón apretado por la pena de la separación y feliz por todo lo vivido.

Solo esperamos poder repetir en otras ocasiones si Dios así lo quiere…

Testimonio de Lucía.

Muy pocos kilómetros nos separaban para un nuevo encuentro y mil preguntas llenaban el cielo para tener certeza de nuestras existencias. Yo te soñaba repetidamente y tú aguardabas, cual bella sirena, que yo regresara.

¿Cuántas veces te asomaste a tu mar para verme llegar? No lo sé, pero estoy convencida, que siempre tuvimos la esperanza de volver a vernos…

Y te confieso que sentí miedo de quererte otra vez, quizás porque mi corazón ya sabía de un amor como el tuyo, tan diferente, tan distinto, tan profundo. Y ahora tú mejor que nadie sabes, que no dejo de pensar en ti, que recuerdo cada segundo de esos días en los que me abrazaste con tanta fuerza que con sólo cerrar mis ojos, vuelvo a escuchar los latidos acompasados de tu corazón.

Y en esta carta abierta en la que intento derramar esas palabras que no saben muy bien cómo ordenarse para describir lo que el alma gustó con los sentidos, quisiera gritar nombres, recrear lugares, atrapar momentos que han quedado grabados para siempre en mi memoria, en la retina de mis ojos y en las palmas de mis manos, para de esta manera seguir soñando un nuevo encuentro contigo.

Aún no acierto a entender cómo en apenas dos semanas el corazón puede ser testigo de un torbellino de sensaciones que irrumpen tan deprisa en tu existir, dejándote muda de palabras y a rebosar el alma. Y es que el suceder vertiginoso de esos días actúa como el oleaje en la roca, golpeando constante y delicadamente la dura piedra de lo que de verdad somos, abriéndonos los ojos de par en par y llenándonos los bolsillos a veces gastados de nuestras vidas, con una cultura de inmensas riquezas ocultas a las simples miradas, con un país envuelto en colores cálidos y en olores intensos e inenarrables, con un continente que lucha y persevera en su ser más profundo.

Con sólo pisar el barco, mis pies ya supieron que recorrerían calles repletas de gentes a quienes sonreiría con esa sonrisa sincera que nace del alma. Y es que mi corazón enseguida tuvo la certeza de haber encontrado a los mejores compañeros de camino con los que vivir y compartir esta inolvidable experiencia. Con nuestras charlas, risas, opiniones, quejas, lágrimas, ilusiones, confidencias… fuimos construyendo un grupo que hizo realidad el “todos sean uno” del Evangelio.

 Ahora susurro al cielo despacito vuestros nombres, para que seáis bálsamo para esta fría nostalgia que se ha hecho presa dentro de mí, pero que a un mismo tiempo – y ahí está la grandeza – da calorcito y abrigo a mi alma: Lidia, Beatriz, Miguel, María, Pilar, Isa, Ana, Tina, Noe, Belén… Tod@s me habéis mostrado algo que sólo se ve si miramos desde el corazón: que Dios, a pesar de mi debilidad, me hace fuerte; que vale la pena darse hasta el extremo; que cuando menos lo esperas, llega ese soplo suave y refrescante del amor a tu vida, de ese amor con mayúsculas que todo lo transforma…

En el trabajo compartido en el centro de acogida de niños de Mesnana, en Casa Nazaret y en las Misioneras de la Caridad; en la oración que nos acompañaba al tornarse el día en colores oscuros; en las horas de descanso a la entrada de la casa de Faysal, nuestra casa durante quince días en la que lo compartimos “todo”, o en su magnífica terraza con un cielo lleno de estrellas; en los momentos duros en los que el corazón se dolía de tanto sentir, al mirar los ojos tristes de unos niños que en su piel llevan las marcas de una inocencia casi robada; en el descubrir una cultura a través de gestos y palabras con Sheyma; en el continuo repetir con Brahim “el perro de San Roque no tiene rabo…” y en el apretar los mofletillos de Yusla; en las exquisitas comidas de Shuaylah, que nos hizo sentir los invitados más privilegiados del mundo con su dulce sonrisa; en la complicidad y el inmenso cariño puesto en la preparación de la “mini-fiesta sorpresa” para el cumpleaños de Belén y María; en las Eucaristías celebradas en la sencilla Catedral de vidrieras que dejaban filtrar una luz especial… En tantos y tantos momentos, fuimos como una gran familia de muchos herman@s, llegados desde distintos y distantes puntos de España y que al mirar ahora de nuevo el mapa, siento como más cercanos, como si no hubiese kilómetros que nos separen, sólo miles de pasos a recorrer para tocarnos de nuevo el corazón.

 Comencé estas torpes palabras derramadas en este papel virtual, con una declaración de amor hacia esa tierra: Marruecos, porque no podía ser de otra manera… “Fui extranjera y me acogiste” y yo quise amarte por lo que eras, intentando dejar atrás esquemas y prejuicios, ideas preconcebidas y tópicos, porque al volver a ti, pude comprobar de nuevo que eres una tierra amable y de inmensa calidez, cautivadora y misteriosa, llena de la sonoridad alegre de sus calles y de sus gentes y de un olor embriagador que te atrapa el alma y los sentidos. Una tierra que dibuja de belleza tus ojos en cualquier atardecer y en la que es posible soñar despiertos “que todo se puede lograr”.

 Y en su locura, Dios hizo que recibiera sin esperarlo el “ciento por uno” en ese reencuentro con Abderrahim, Alami, Faysal, Hamed, Hicham e Hicham O, Houssain, Khalid, Tahiri y Youssef, quienes volvieron a enseñarme el valor de una caricia, la inmensidad de una mirada, a no medir el tiempo en horas sino en sonrisas, a dejarme llevar de la mano…

 Y es que desde que te dije un “¡hasta pronto!” en el barco de regreso, yo sueño con volver a recorrer de nuevo tus calles bulliciosas de gentes; con volver a dar por unas horas un poco de ilusión y esperanza a unos niños que poco saben de ellas; con volver a sentir el maravilloso placer de saborear un te en la calma de la caída de la tarde; con subirme de nuevo a la furgoneta de Abdula y veros a tod@s allí, cada un@ en su asiento, sonriendo y cantando rebosantes de alegría.

Pero lo cierto es que “se acabó el billete”… que cada un@ nos bajamos de ese inolvidable sueño, en una parada diferente, que nos fue dejando en la misma puerta de nuestras casas, en nuestra realidad diaria.

 Pero al coger de nuevo mi maleta, con asombro he comprobado que ésta tenía un peso muy distinto que cuando me marché… Y al abrirla he descubierto que se había llenado con un poquito de cada un@ de vosotr@s…  Éste ha sido sin duda, el mejor regalo, el mejor recuerdo que me he podido traer de Tánger, un regalo que siempre, siempre, siempre, conservaré agradecida en mi corazón.