CARTA DESDE MANOGUAYABO

Manoguayabo, 22 de febrero de 2015

Queridos amigos:
Una vez más, me hago presente para seguir compartiendo vida cotidiana. Parece increíble que ya estemos en cuaresma, ¿verdad? El tiempo pasa rápido, es importante aprovecharlo bien…
Aquí, como ya os conté el año pasado, febrero es el mes de la patria. Pero, además, hemos celebrado otras fiestas importantes, como en el resto del mundo. Empezamos el mes con la Jornada de la Vida Consagrada el día 2, día de la Presentación de Jesús en el templo. Nosotras, como comunidad, fuimos por la tarde a la catedral, a celebrar la Eucaristía junto con el resto de consagrados y consagradas de la ciudad. El 11, día de Nuestra Señora de Lourdes, fue la Jornada Mundial del Enfermo, con sus correspondientes celebraciones, y el 14 se celebró el Día del Amor y la Amistad. Aún nos queda la fiesta de la Independencia Nacional, que será el próximo 27 de febrero. Además, dentro de la Iglesia, el valor elegido para profundizar a lo largo del mes es el de la sensibilidad de cara a los sufrimientos de los demás, especialmente de los enfermos. Ojala el mensaje cale de verdad en quienes lo escuchan y todos vayamos creciendo en sensibilidad ante esta realidad.
Por nuestra parte, cada vez vamos atendiendo a más enfermos. Ya quedan pocas calles del Batey en las que no haya alguien que tengamos en lista. Cada uno de ellos es un mundo, una historia, una vida, un regalo de Dios… La verdad es que es una actividad preciosa. Ciertamente se pasan momentos duros en los que yo, al menos, me siento impotente, desconcertada, enfurecida… no sé, son muchos adjetivos los que puedo usar, en función de la situación que se trate. Pero, en el fondo, me da vida dedicarme a esta gente, compartir algo de su dolor y de su sufrimiento, ayudar en la medida en la que cada situación lo permite… y también, sentir la confianza que me tienen que, a veces, llega a abrumarme.
Hoy no puedo dejar de contaros algo que me ha pasado esta mañana. Muy tempranito, estando en misa, me sonó el teléfono. Al no contestar, empezaron a entrar mensajes. Eran de un chico que hace once días sufrió quemaduras graves. Una muchacha cercana a él, en un arrebato de furia, le tiró encima una olla de agua hirviendo y tuvieron que llevarlo de inmediato a la unidad de quemados. Desde entonces, ha estado yendo cada dos días a dicha unidad a que lo laven y le pongan una crema especial para irle sanando. Se ve que le tocaba ir el viernes, pero no encontró dinero para el pasaje y no acudió a su cita. La consecuencia es obvia: ayer empezó a picarle y a dolerle demasiado, terminó quitándose las vendas y esta mañana ya no se aguantaba. Ante la desesperación que emitían sus mensajes, fui prontito a verle y me encontré un espectáculo tremendo. Cuando aún me faltaban unos 100 metros para llegar donde vive, empecé a oír gritos que parecían aullidos y un montón de gente agolpada en la puerta de su casa. Aquí la gente grita mucho cuando alguien se muere, así que me temí lo peor y empecé a sentirme mal pensando que llegaba tarde. Ya más cerca, me di cuenta que los gritos eran de él y que la gente estaba simplemente contemplando el show. Los saqué a todos fuera y comencé por intentar tranquilizarlo porque además, él, a pesar de no tener más de 30 años, ya ha sufrido dos amagos de infarto, y solo faltaba que en esas circunstancias le diera otro. Le pregunté cuándo fue la última vez que había ido al hospital y me contó la situación. Después, arrodillado en el suelo como estaba, comenzó de nuevo a gritar pidiéndome que por favor le curara o le quitara la vida porque no soportaba más ese dolor. La escena me recordaba a los pasajes evangélicos de los endemoniados, porque el muchacho estaba totalmente fuera de sí. Yo tenía claro que lo que necesitaba era recibir su cura, pero no dispongo de la crema que él necesita y creo que debe seguir curándose en la unidad de quemados hasta que le den el alta, así que envié a quien me acompañaba a buscar a alguien que tuviera coche y que pudiera llevarnos al hospital. Mientras tanto, volví a pedirle que se tranquilizara y le fui poniendo gasitas húmedas, por intentar aliviarle el sufrimiento. La espera se hizo eterna porque costó encontrar quien nos llevara. Al final vino un taxista, lo montamos y nos fuimos. El viaje hasta el hospital fue otra eternidad. Tuve que amenazarlo varias veces con volvernos si se ponía a gritar. El pobre estaba desesperadísimo. Encima, a pesar del calor que hacía, le molestaba cualquier brisita y no nos dejaba que abriéramos las ventanillas, por lo que durante la media hora que tardamos en llegar tuvimos que sufrir, no solo el calor, sino el terrible olor que su cuerpo desprendía. Han pasado muchas horas ya, me he bañado y me he lavado las manos muchísimas veces a lo largo del día, pero el olor sigue dentro de mis fosas nasales haciendo que el episodio no salga de mi memoria… como tampoco se van de mi mente sus súplicas para que le quitara la vida…
En el hospital tuvimos que esperar a que pasaran las otras dos personas que habían llegado antes. Cuando le tocó el turno entró, lo curaron y salió como si fuera otra persona distinta de la que había entrado. ¡Qué cosas! Ya no parecía un endemoniado, sino que, sonriendo incluso, alababa la labor de los médicos y me agradecía que lo hubiera llevado. Por supuesto, la doctora le había dado el sermón correspondiente por no haber acudido a su cita y por haberse quitado las vendas. Él intentó explicarle que para ir los días anteriores había estado pidiendo dinero prestado y que ya nadie le daba más, pero ella insistía en lo mismo, como es natural. Yo, sin quitarle un ápice de razón a la doctora porque, de hecho, mi sermón había sido previo al suyo e idéntico, era consciente de que este muchacho no tiene familia y que, desde que le pasó esto, no puede trabajar para ganarse sus chelitos. Ojala se termine de curar pronto y pueda rehacer su vida. Y ojala no quiera tomarse la justicia por su mano porque, cuando la policía acudió en el momento del accidente, él no acusó a la muchacha para que no se la llevaran presa, pero yo no tengo del todo claro que la cosa vaya a quedar así… de hecho, los comentarios generales en el batey van en la línea de que ella merece su castigo.

18 Nondy
Por otra parte, quiero compartiros sobre Sandro y Alfredo. No sé si los recordáis, porque en alguna carta os hablé de ellos. Son dos hermanitos cuya mamá murió hace casi un par de años. Sandro tiene 9 años y Alfredo 5. Hay otro más, de 2 años. Cuando la mamá murió, el pequeño fue acogido por un familiar de ellos, que podía hacerse cargo del bebé. Sandro y Alfredo se quedaron en casa del único tío que tienen, hermano de su papá, porque éste desapareció. Tras varios meses sin dar señales de vida, empezaron a pensar que el papá había muerto, porque estaba muy mal de salud y nunca fue normal en él estar tanto tiempo sin venir por el Batey. Dada la situación, el tío de los niños nos pidió que buscáramos alguna institución donde meter a los muchachos, ya que él no puede seguir haciéndose cargo. Desde entonces, aparte de las gestiones para encontrar una buena institución, les hemos estado alimentando, vistiendo y dándoles las medicinas que han necesitado cada vez que se enfermaban. También han estado viniendo a las clases de alfabetización. El papá apareció en navidades, aún regular de salud, pero “vivo”. Él mismo dio su consentimiento para entregar a sus hijos, así que continuamos con las gestiones.
Esta semana, por fin, vinieron a recogerlos. La despedida me resultó muy triste, con sentimientos muy encontrados. Sandro iba feliz, aunque preguntando si algún día podrían volver a reunirse los tres hermanitos, que parece ser su mayor preocupación. Pero Alfredo estaba muy nerviosito. Se me abrazó al cuello y no había manera de que me soltara.
Entenderéis que, por una parte, me siento feliz porque sé que van a un buen sitio, donde van a recibir muy buena educación y valores, un lugar donde no les va a faltar lo necesario y donde van a encontrar una salida para sus vidas. Pero, por otra, como comentábamos las que hemos estado más pendientes de ellos, esos muchachos ya son como nuestros hijos, han formado parte de nuestra vida y de nuestros desvelos durante muchos meses, y toda separación de seres queridos es siempre dolorosa.
En estos días han enviado una foto y se les ve contentos. Eso me deja tranquila. De cualquier manera, ya estamos organizando un viaje para ir a visitarlos en abril, un día que la institución ofrece de visita general.

18 Sandro y Alfredo

En fin, no me extiendo más por hoy. Únicamente, comentaros que hoy, 22 de febrero, las Misioneras Claretianas recordamos que hace 163 años que Mª Antonia París se embarcó con sus primeras compañeras rumbo a Cuba, para dar comienzo a nuestra misión apostólica. Desde ahí, os deseo un buen “embarque” para este tiempo de Cuaresma. Que verdaderamente sea un tiempo de gracia, tiempo de mirarnos hacia dentro, al corazón, para dejarnos renovar por Dios, para renovar nuestra fe y nuestra solidaridad con los más empobrecidos. Que vivamos el amor y la solidaridad como nuestro propio camino hacia la santidad, que es a lo que estamos llamados.
Un abrazo para cada uno y hasta el próximo mes.

18 Nunca es tarde para amar

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana