Manoguayabo, 13 de marzo de 2014
Queridos amigos:
Como siempre, espero que todos os encontréis bien. Por aquí las cosas siguen su curso. La verdad es que las últimas semanas han sido intensas. En casa y en la escuela parece que ha venido una ola de estropicios, porque se nos ha estropeado el séptico, el inversor, el timbre… y seguro que alguna cosa más que en este momento no recuerdo. Pero, con gran gozo, puedo decir que también han pasado muchas cosas buenas.
Una de ellas es que parece que los Magos de Oriente decidieron concederme, no solo el deseo final que pedí, sino también el otro que se me pasó por la mente y os mencionaba en mi carta de diciembre así que, por fin, parece que las calles del barrio están siendo asfaltadas. Eso sí, esperemos que se den prisa porque, como van por tramos aquí y allá, las fuertes lluvias tropicales que aparecen cuando menos lo esperas pueden arruinar lo previamente construido y todo se retrasaría. Y esperemos también que no terminen quedándose a medias, porque se ve que esto había comenzado hace bastante tiempo, pero todo se paralizó.
Otra gran noticia es sobre la señora de la que os hablaba en mi última carta, la que estuvo ocho días encerrada sola en su casa, muy malita, y que nos encontramos totalmente deshidratada y desnutrida. Gracias a Dios, a las vitaminas y alimentos que se le ha ido llevando, y supongo también que al cariño recibido, por fin se ha mejorado. Esta semana ya se ha levantado, tenía otro colorcito de cara y la sonrisa con la que nos ha ido recibiendo, como podéis ver en la foto, ha sido la constatación de que el peligro ha pasado.
Por otra parte, estoy muy contenta porque hay otros enfermos de los que visitamos que también van experimentando alguna mejoría gracias a algunas medicinas que hemos conseguido por parte de un enfermero que está colaborando con nosotros. Además, a nuestro grupo de Pastoral Social se han unido recientemente tres personas que, al enterarse de nuestra actividad, se han ofrecido para ayudar a visitar enfermos. Y varios colmaditos (tiendas de comestibles) de la zona, así como personas particulares, se han comprometido a donar algunos alimentos una vez al mes. No es que sea mucho por el momento, pero al menos se va creando cierta sensibilización y el sentido de corresponsabilidad va creciendo. Aún necesitaríamos mucha más ayuda, pero seguro que Dios, en su Providencia, la irá posibilitando.
Aparte de esto, estamos organizando unas charlas sobre las enfermedades más comunes en esta zona (dengue, cólera y leptospirosis), sus síntomas y formas de prevenirlas. Como queremos que acuda el mayor número posible de personas, las vamos a realizar en cada uno de los cinco sectores que hay en el barrio de Bienvenido. La primera será el día 22 de este mes. Ojala acuda mucha gente y podamos llegar a la mayoría de los habitantes de la zona. Como veis, son muchas cositas, y otras que tenemos ya en mente para los próximos meses. Os decía que las últimas semanas han sido intensas porque hemos realizado muchas visitas y tocado muchas puertas. Algunos frutos se van recogiendo. Otros, confiamos que llegarán.
Por mi parte estoy bien, aunque acabo de salir de una afonía total. Se ve que me enfrié cuando fui la semana pasada al hospital acompañando a una hermana, con el aire acondicionado que allí ponen tan fuerte. El caso es que el miércoles, viendo lo mal que estaba, me decidí a ir al centro de salud del barrio. Pero después de estar esperando un buen rato, me avisaron que la doctora no iba a ir ese día. Me volví a la escuela y al llegar me encontré que había ocurrido un incidente y que tenía que llevar a una alumna al centro de salud. Como ya sabía que en el de nuestro barrio no nos iban a atender, me fui al de al lado. Cuando la doctora terminó con mi alumna (a la que, por cierto, casi ni miró), aproveché para pedirle ayuda con lo mío. A mí tampoco me miró, simplemente se limitó a recetarme unas pastillas y punto. La cuestión es que, como me resistía a ir al hospital donde todo empezó, decidí seguir los consejos de la gente del lugar. Todo el mundo me aconsejaba masticar hojas de salvia con un poco de sal y tragarme el juguito que suelta, así que conseguí la salvia y empecé a mascar. Toda una experiencia… Hay también quien me dio otras hierbas –cuyos nombres ni recuerdo de lo raros que me sonaban- para que me hiciera un té. Y me aconsejaron hacer gárgaras con multitud de cosas: limón, miel, cebolla, otras hojas típicas de aquí… En fin, que mi proceso de curación de la afonía ha sido bastante peculiar y hasta divertido. Aquí os dejo una foto de los ingredientes con los que me hice el té.
De todo esto, con lo que me quedo no es con el trato recibido por la sanidad pública, ni con lo anecdótico que pueda haber sido lo que me ha curado. Con lo que me quedo es con el cariño y la preocupación que han mostrado las personas a las que suelo visitar. El último día que salí, que ya apenas se me oía, no solo agradecí el gesto generoso del hombre que se fue a buscarme las hojas que tenía que hervir. Además, me emocionó mucho cuando llegué a casa de un matrimonio que vive en la zona más alejada y a ambos se les saltaron las lágrimas cuando me vieron llegar, porque les había llegado la noticia de que yo estaba mal y pensaban que ya no iba a poder visitarles en toda la semana. Ella tiene una de sus piernas muy, pero que muy hinchada, a causa de la disipela. Y él tiene tres arterias obstruidas y la cuarta a punto de obstruirse. Suele pasarlo muy mal porque se asfixia continuamente. Me había pensado mucho ese día salir o no, porque sabía que me convenía quedarme en casa para no hablar nada y curarme lo antes posible. Pero estaba preocupada por ellos y decidí ir. Os aseguro que sus lágrimas de emoción y el cariño agradecido que mostraron hicieron que me valiese la pena caminar hasta allí. También Elodia, la viejita a la que habitualmente voy a bañar, me prohibió ese día volver por su casa hasta que no estuviese curada. Cuando le dije que podía ir a bañarla y no hablar nada, me dijo tajantemente que no, que esa prohibición era su forma de cuidarme, en respuesta a lo que yo la cuido a ella. Estos detalles pueden parecer no tener importancia, pero para mí la tienen. Y mucha. Porque detrás de cada una de las palabras y de los gestos de estas personas, Dios me regala su Amor. Todos y cada uno de ellos forman ya parte de mi vida, llenan de sentido mis salidas y son auténtica bendición de Dios.
Esta mañana, hablaba con una viejita que se sentía muy triste porque no tiene ninguna familia ni ninguna posesión. Yo le decía, por una parte, que la familia no solo viene dada por los lazos de sangre, sino por el cariño y la cercanía de quienes comparten nuestro día a día. De ahí que ella tenga familia, aunque no tenga marido, ni hijos, ni hermanos de sangre… porque nos tiene a algunos que nos preocupamos por ella. Y no son palabras bonitas. ¡Estoy absolutamente convencida de ello! Por otra parte, respecto a lo de no tener posesiones, intentaba hacerle entender que justamente la mayor riqueza que podemos tener es la de sentirnos queridos, respetados, aceptados por los demás, así como la de tener la posibilidad de dar a otros lo mejor que somos y tenemos, con nuestras palabras y con nuestras obras. De hecho, se puede ser rico sin tener apenas nada material, porque la verdadera riqueza está en el Amor que se entrega a los demás y en el amor con el que hacemos lo cotidiano. Todo lo material termina desvalorizándose; el amor no. Lo celebraremos al final de esta nueva cuaresma que acabamos de estrenar, cuando rememoremos un año más la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Él nos mostró, con sus actitudes de vida, sus palabras, sus gestos diarios, su preocupación por los más débiles… dónde está el secreto de la auténtica felicidad. Él nos enseñó que merece la pena vivir dándose a los que nos necesitan, e incluso morir por este gran ideal del Amor Fraterno. Porque sólo quien no se aferra a “su” vida y la entrega a los demás, es quien encuentra la vida, y Vida en abundancia.
Ojala a lo largo de estos 40 días, practiquemos todo aquello a lo que las lecturas de estos días nos invitan: vivir desde actitudes de perdón, misericordia, compasión y ternura, fomentar la justicia, dar de comer al hambriento y de beber al sediento, vivir en sencillez y humildad… en definitiva, practicar el Amor Fraterno.
A todos, feliz tiempo de Cuaresma. Un abrazo y hasta pronto,
Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana