Manoguayabo, 30 de junio de 2015
Queridos amigos:
Como siempre, espero que todos os encontréis bien. Imagino que ya muchos estaréis de vacaciones, de lo cual me alegro, por la posibilidad que hay de descansar y de compartir con la familia y amigos de una manera distinta.
Este mes por aquí ha sido tremendo. Si en mi última carta os decía que en mayo todo había estado tranquilo y que no había habido grandes tragedias, junio ha sido de lo más movidito en muchos sentidos. En los primeros días llegó la noticia de la muerte de la señora Tilila. La verdad es que en este momento no recuerdo (¡me estoy haciendo mayor!) si alguna vez os hablé de Juan Fernando. Es un chico de 12 años que, a los pocos meses de nacer, fue abandonado por sus padres, ambos con ciertas anomalías psíquicas. Quedó con la abuela materna quien, a pesar de su situación, lo cuidó lo mejor que pudo. Ella me contó que cuando el niño fue abandonado solamente balbuceaba algunas palabras, pero en ese momento lloró tanto que nunca más pronunció una sílaba. Juan Fernando ha vivido una vida un poco salvaje, nunca ha ido a la escuela y ha vagado por los alrededores como le ha parecido. En el barrio lo conocen como “el loco”; en realidad nunca recibió un diagnóstico médico, pero por su comportamiento alguien le recetó una vez un medicamento antipsicótico y desde entonces se le ha “controlado” de esa manera, y cuando se descontrolaba, lo encadenaban por el tobillo con un grillete para que no se escapara. Triste, pero así de cierto. Cuando mi compañera Ana y yo fuimos a verlo la primera vez, a petición de una vecina, nos impresionó un poco. No se mostró nada violento, más bien lo contrario. Llegó, sabe Dios de dónde, con su preciosa sonrisa, se acercó, nos olió la cabeza y nos tocó el pecho. Seguramente fue ese gesto el que nos puso a ambas un poco nerviosas, porque tampoco sabíamos cómo reaccionar. La abuela nos pidió desesperadamente que buscáramos un lugar donde pudieran acogerlo, porque ella se encontraba muy mal, con varias enfermedades y una pierna cortada, y estaba segura de que le quedaba poco tiempo de vida. Su preocupación es qué iba a ser del muchacho cuando ella no estuviera. Pasé varios meses haciendo indagaciones, buscando algo apropiado para él, pero no fui capaz de encontrar un lugar para niños de esas características en todo el país. Sí que encontré un par de instituciones que me invitaron a que lo llevara, para hacerle una evaluación psicológica y conocer el caso, y un día monté en un taxi al niño, a la abuela y la silla de ruedas y nos fuimos.
Ese día pasó de todo, incluyendo que a la vuelta, estando muy lejos, se rompió una pieza del taxi y tuvimos que esperar 4 horas a que lo arreglaran. Como habíamos salido a las 6,30 de la mañana, la abuela se olvidó de darle la medicina a Juan Fernando, por lo que él llegó un momento en el que ya se puso nervioso, hiperactivo… y para que no se escapara corriendo o se metiera (más veces de lo que lo hizo) en una tienda o bar y cogiera por cuenta propia cualquier cosa, me tuve que poner a correr con él calle arriba, calle abajo, o a dar saltitos, para que él fuera descargando su exceso de energía. Fue agotador, pero entre nosotros no sólo se creó algo muy bonito, sino que desde entonces él me respeta mucho y se le ilumina la cara cada vez que me ve. En fin, que tendría para escribir un libro entero con las aventuras y desventuras de aquel día… Afortunadamente, hace algo más de un mes encontré una institución en la que sí que puede ser acogido. Desde entonces se están haciendo los trámites, pero es todo tan lento que la señora Tilila, la abuela de Juan Fernando, murió a principios de mes con esa preocupación, y eso me dio mucha pena. Os preguntaréis qué ha sido de Juan Fernando desde que la abuela murió. Afortunadamente, el padre apareció y se lo llevó a su casa, pero la realidad es que, por su situación personal, ni puede ni quiere hacerse cargo del muchacho, por lo que espero que las gestiones institucionales terminen pronto y él pueda irse donde va a poder ser atendido adecuadamente.
Otra persona que ha muerto en este mes es Marileida, una chica de 14 años. Tanto ella como su hermana nacieron con una malformación en el cuerpo. Marileida estuvo yendo al colegio hasta tercero de Educación Básica, pero como en la familia no se podían permitir pagar el colegio de las dos hermanas, la sacaron a ella y dejaron a la otra porque, en opinión de la familia, “es más inteligente”.
Cuando las conocí, descubrí que a ambas les encantaba pintar, así que les llevé hojas y lápices de colores, para que pudieran desarrollar esa faceta artística. Posteriormente, cuando comenzamos con las clases de alfabetización, la invité a que viniera. Ciertamente, el principal criterio para poder asistir a estas clases es no estar yendo a la escuela y ella no lo estaba. El caso es que como el resto de los niños no sabían leer ni escribir, nos centramos en eso, procurando ponerle a ella otras cosas, como operaciones matemáticas. Pero después de algo más de un mes, decidió dejar de venir. Por eso y porque le costaba mucho caminar, y hay un trechito desde su casa hasta la iglesia donde damos las clases. Para el sábado 6 de junio organicé una excursión al zoológico, como una actividad para terminar el curso. Aunque ella ya no estaba viniendo a las clases, la invité a venir. Estaba muy contenta con la idea. Sin embargo, el sábado no llegó a aparecer. Supuse que al final se había echado atrás por miedo a cansarse, o, de nuevo, por dejarse llevar por los múltiples complejos que su cuerpo le ha proporcionado siempre y de los que varias veces hemos tenido oportunidad de hablar. Pensé ir a verla el domingo, al salir de la iglesia, y cuando le comenté a Ana, por si quería venir conmigo, ella misma me dijo que la niña había muerto el día antes, mientras estábamos en el zoológico. La consternación en su casa era tremenda, como os podéis imaginar. Lo bueno es que no sufrió mucho. El día antes había estado incluso limpiando la casa, pero el sábado se levantó mareada y sin fuerzas. Como no se le pasaba, la llevaron al médico, y allí mismo murió. Algo rápido. Su familia no es católica, sino de una de las iglesias evangélicas de la zona. Como encima de la caja habían puesto una vela encendida, el pastor de la iglesia se negó a hacer ninguna oración por Marileida, así que antes de que se la llevaran al cementerio, preguntamos a la madre y a la abuela si les importaba que la hiciéramos nosotras. Tuve que improvisar algo, como las veces anteriores, y acabé como pude, porque llegó un momento en el que la emoción me embargaba demasiado. En fin, un angelito más en el cielo…
Pero, como siempre, no todo son malas noticias o acontecimientos tristes. Os comentaba antes que nos llevamos a los niños al zoológico, como excursión de fin de curso.
La verdad es que pasamos un día estupendo. Muchos de esos niños nunca habían salido del batey más que para ir a la fiesta de navidad a la que los llevé en diciembre, pero ese lugar no estaba lejos. Era impresionante irles viendo las caras a medida que cruzamos la ciudad y, mucho más aún, una vez que entramos en el zoo y empezamos a ver animales. Tigres, leones, hipopótamos, jirafas, monos, serpientes, pájaros de todo tipo, tortugas… no sabría decir qué les impactó más, pero disfrutaron a tope. Y se portaron genial. También disfrutaron mucho en la fiestecita que hicimos para culminar el curso. Estaban emocionaditos, bailaron, jugaron, comieron, recibieron su diploma de asistencia… y me hicieron llorar cuando cada uno me entregó una tarjeta que me habían hecho diciéndome que me quieren mucho. Son detalles que pueden parecer tener poca importancia, pero a mí me emocionan…
Algo que también me emocionó fue participar en una Caminata contra el trabajo infantil organizada a mediados de mes por la Fundación La Merced, con la cual, como ya os comenté en otra carta, estoy colaborando. Fueron muchos los participantes, en su mayoría, los niños limpiabotas que ellos intentan sacar de la calle ofreciéndoles diferentes actividades. Realmente fue algo emotivo ir con ellos por la calle, cantando y gritando y, sobre todo, escuchar al final el testimonio de algunos de ellos.
Pero lo que más tiempo me ha llevado este mes es lo que os contaba en la carta del mes pasado sobre el Proyecto Sin Papeles No Soy Nadie, con el Plan de Regularización de los haitianos. Al final han sido 45 expedientes los que hemos tramitado, correspondientes a 45 familias. Han sido muchas reuniones con ellos para asesorarles, explicarles y recogerles la documentación que se les exige, echar atrás lo que no venía bien, redactar los documentos notariales que necesitan (porque el notario me dijo que si los queríamos pronto tendríamos que llevárselos ya redactados)… en fin, un no parar.
El miércoles 17 terminó el plazo que se había dado para inscribirse en el Plan de Regularización. Esto fue un sinvivir hasta el último momento. La semana anterior organizamos un viaje a San Cristóbal, que es uno de los sitios donde se podían inscribir con más facilidad que en la ciudad de Santo Domingo. Ese día, de la gente que llevamos, solo se pudieron inscribir las mujeres. Para la inscripción se hacen dos filas, una de mujeres y otra de hombres. Y la de los hombres estaba tan saturada que, al llegar, ya les dijeron que no valía la pena ni intentarlo. Y eso que habían llegado allí antes de las 5 de la mañana… El caso es que uno de ellos lo consiguió el mismísimo último día, el miércoles, por la tarde, obviamente, “pagando” para conseguir un ticket.
Y tres de ellos se han quedado sin inscribir, por lo que ahora están en su casa, procurando salir lo menos posible, para que no los deporten. Es una situación muy triste. Según me dijeron en una reunión a la que asistí en Naciones Unidas, las cifras oficiales hablan de 288.000 inscripciones, pero son muchos más los que han quedado fuera y van a ser deportados. El ambiente en el batey es de nerviosismo, miedo e inseguridad. Todos los extranjeros tenemos que salir con nuestra documentación, por si nos paran y nos la piden. La OIM ha puesto en marcha un proyecto para transportar a Haití a todos aquellos que quieran irse voluntariamente. Al menos así se pueden llevar algo consigo, porque si los deportan se van con lo puesto. Lo preocupante es que hay gente que no se ha inscrito y que nunca ha estado en Haití, porque nacieron aquí pero no pueden documentarlo, y no sabrían ni qué hacer si los mandan para allá.
Pasado el 17 de junio y terminado el plazo para inscribirse, ahora hay 45 días para depositar todos los papeles que se exigen. Respecto a nuestras 45 familias, lo bueno es que la mayoría de ellos ya tiene casi todo. Lo malo es que los documentos que les faltan, para algunos, son difíciles de conseguir por ciertos motivos. Por ejemplo, el certificado de buena conducta, que no pueden sacarlo hasta que no tengan su pasaporte. Casi todos lo solicitaron hace ya más de seis meses, pero aún no lo tienen porque la realidad es que el mismo gobierno haitiano es el que menos está ayudando a su gente. Otra de las cosas que tienen que presentar y que más problemas está dando es una factura a nombre de quien la presenta, por importe de más de 10,000 pesos, por ejemplo de haber comprado una cama, un frigorífico o algo por el estilo. Pero la realidad de esta gente es que, si han comprado algo así en una tienda de verdad y no a cualquiera que la tuviera de antes, al no tener ninguna documentación, le han pedido a alguien que la tuviera que lo comprara por ellos, con lo cual, no hay facturas a su nombre. Siempre está la posibilidad, como han hecho algunos, de “pagar” para conseguir una factura, porque, por desgracia, de todo se puede hacer –y se está haciendo- un negocio. Y al final es la pescadilla que se muerde la cola… lo poco que tienen lo están gastando en conseguir esos documentos en vez de comprar comida para alimentarse… por lo que ha sido un mes duro. Desde fuera, si no se conoce la situación, es fácil emitir juicios criticando que todo lo dejan para última hora o que no se preocupan por sus propias cosas. Y en algunos casos puede ser así, pero doy fe que no se puede aplicar ese juicio a todo el mundo, que hay que conocer la situación de cada familia, meterse en su realidad, para darse cuenta de muchas cosas. En este sentido, solo queda esperar que la próxima semana, que es para cuando hemos organizado los viajes para depositar, todos puedan entregar el mayor número de documentos posible y no haya problemas.
En fin, amigos, sé que no los conocéis personalmente, pero os pediría que os acordéis en vuestra oración de tantos hermanos nuestros haitianos que están viviendo estos momentos de angustia. Para mí tienen rostro concreto y me duele su situación. Ya son parte de mi vida y yo de la de ellos. Ciertamente, después de las dos últimas semanas, me siento un poco cansada físicamente. Pero es un cansancio feliz, porque merece la pena hacer todo lo posible por ayudarles a regularizar su situación y su vida.
Un abrazo para cada uno y feliz verano.
Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana