CARTA DESDE MANOGUAYABO

Manoguayabo, 30 de diciembre de 2013

Queridos amigos:

Antes de nada, quiero desearos que estéis pasando unos días felices de Navidad, en compañía de vuestros seres queridos. Estando tan lejos como estoy ahora, me doy más cuenta aún del inmenso regalo que supone poder vivir estos días junto a la familia y a los amigos más cercanos.

Como ya os imaginaréis, estas navidades están siendo bastante diferentes para mí de lo que lo habían sido hasta ahora. Una de las cosas que echo mucho en falta en estas fechas tan entrañables es poder celebrar la Eucaristía todos los días, pero normalmente tenemos que conformarnos con la Celebración de la Palabra.

Externamente, nuestro barrio sigue como siempre. Aquí las calles no se adornan con luces de navidad, ni a los árboles se les ponen los típicos adornos. Algunas casas –pocas- han decorado sus puertas o ventanas con lucecitas navideñas, nada pomposo, desde luego. Quienes me conocéis, sabéis que para mí estas cosas nunca han sido importantes y que incluso he criticado el derroche en luces que se produce en muchas ciudades, sabiendo que hay tanta gente que muere de hambre, pero reconozco que este año he notado la ausencia de luces y adornos, como no podía ser de otra manera estando donde estoy… Lo que quiero decir es que el ambiente navideño no se nota en las calles.4 calle bienvenido

Pero algo que me sorprende es que tampoco lo noto en la gente. Al estar de vacaciones en la escuela, prácticamente todos los días estoy saliendo un rato a visitar a ancianos y enfermos que no suelen salir de sus casas. Por el camino voy encontrando la misma gente de siempre, haciendo lo habitual en ellos: niños que juegan con otros, niños que se pelean, niños que lloran, mujeres que lavan la ropa en un cubo a la puerta de sus casas para luego tenderla donde puedan, gente sentada en el mismo sitio de todos los días, haciendo lo mismo de siempre: muchos de ellos, ver pasar el tiempo. Esto es algo que me ha cuestionado desde que llegué, porque me choca verlos sin hacer nada, como digo, “viendo pasar el tiempo”. Pero, cuando me paro a pensar, me doy cuenta que están así porque no tienen nada que hacer. Aquí se vive al día. Cuando se tiene algo, se gasta, bien sea dinero, comida, luz, agua… y cuando no se tiene, es como si esperaran a que llegara. No sé cómo explicarlo, pero es la sensación que me da.

¿Dónde he encontrado, pues, el ambiente navideño este año? Lo he encontrado en dos lugares. El primero, en las celebraciones litúrgicas, tanto en casa como en las capillas de los dos barrios en los que estamos, cuando hemos ido. En la liturgia, por decirlo de alguna manera, la Navidad se me ha mostrado de manera explícita, con gestos y palabras que la transmiten.

El segundo lugar donde he encontrado la Navidad, sin embargo, no ha tenido que ver en absoluto con adornos, luces, villancicos ni alegría. La Navidad la he encontrado en pesebres habitados por personas concretas: los ancianos y enfermos que he estado visitando estos días.

Soy consciente de que no he ido a esos pesebres con regalos, como hicieron los pastores o los magos de Oriente. He ido con mis manos vacías, porque solo tenía para llevarles mi persona, mi tiempo, mi charla, mi preocupación por ellos, mi simple “estar”. Pero creo poder decir que ellos lo agradecen, que les gusta sentirse escuchados, tenidos en cuenta, visitados…

A quien visito de manera más constante es a una señora de 80 años, haitiana, que lleva ya 50 años en este país. No tiene papeles, ni hijos, ni familia. Solo tiene la suerte de que alguien la deja vivir en su casa, con dos chavales jóvenes que apenas están, y con una vecina (mi compañera en la pastoral social) que todos los días le lleva la comida, a pesar de que a su familia no se puede decir que les sobre nada. Esta señora haitiana de la que os voy a hablar se llama Elodia y es ciega. La visito cada dos días y la ayudo a ducharse, porque debido a su ceguera, justo antes de conocerla se había caído dos veces. Cuando estamos en la “operación ducha”, con todo el respeto del mundo, pienso que ayudo al mismo Cristo. De hecho, verdaderamente siento que se hacen realidad las palabras del evangelio de Mateo 25,40: Cuando lo hicieron con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron. Luego charlamos. Me encanta cogerle la mano mientras ella me habla de su dolor por estar sola en este mundo y no tener familia, la pena que le da no haber tenido nunca nada a pesar de haber sido siempre una mujer honrada, la vergüenza que le supone no tener más monedas que las que alguna gente cercana le da de vez en cuando… Ante estas cosas, aunque ella nunca habla con amargura, muchas veces no sé qué decirle. Pero sé que es importante estar ahí, con ella, dándole cariño. También me habla de la gran suerte que tiene porque Dios continuamente le ha ido poniendo ángeles en su camino para ayudarla, y da gracias por seguir viva después de tantos años de vida precaria… Cuando la oigo hablar con tanto agradecimiento, y al mismo tiempo contemplo lo desvalida que está y lo verdaderamente pobre que es, por una parte me acuerdo de la pobreza del pesebre de Jesús y, por otra, me planteo en qué consiste verdaderamente la riqueza y la pobreza. Soy consciente de que todos somos ricos en algunas cosas, y pobres en otras. La cuestión es plantearse en qué somos ricos, porque sólo así seremos conscientes de cuánto podemos compartir con los demás. Porque cada vez estoy más convencida de que hay más felicidad en dar que en recibir.

4 niños y ropaEsta mañana, al salir de su casa, visité otro pesebre. En él vive una señora a la que operaron hace unas semanas. Cada vez que voy me enseña la herida en el costado. Tiene puntos solo por una parte, la otra se la dejaron abierta. Estaba esperando a ver si había suerte y hoy aparecía la enfermera para que le curara la herida, aunque probablemente se la tendría que dejar al aire porque ella tenía gasas, pero no esparadrapo. Puede pareceros algo sin importancia, pero ¡¡¡en todo el barrio no hay un solo lugar donde vendan esparadrapo!!! Y lo peor no es eso, sino que es insulino-dependiente y no encuentra tampoco insulina, por lo que tiene que esperar cuatro días para conseguirla, que es cuando tiene la cita médica. Como veis, estos pesebres son sumamente pobres.

En medio de todo esto, sigo creyendo que Dios nace. Decide hacerse humano en la persona de un niño frágil, necesitado de cuidados. Decide encarnarse en nuestra realidad, en nuestras historias personales. Y no lo hace ostentosamente, con grandes fiestas y adornos, sino en el silencio de la noche. Y quienes primero reciben la noticia son unos pobres pastores que están en el campo y quienes siguen la luz de una estrella, la estrella de Dios. Dejémonos nosotros guiar siempre por esa estrella, porque Su Luz es la que nos trae la felicidad.

Este año estuve tentada de pedirle a los Magos de Oriente que nos trajeran asfalto para nuestras calles, comida para todas las familias de nuestros barrios y papeles para tantos hermanos haitianos indocumentados que viven en la zona. Pero, como no sé si van a poder con tanto, me conformo con que traigan Esperanza para todos, solidaridad de unos con otros y fraternidad. Ah, y que Su Luz nos haga felices. Siempre.4 Feliz Navidad

¡Feliz tiempo de Navidad y feliz 2014!

Un abrazo y hasta pronto,

 

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana