Manoguayabo, 30 de noviembre de 2013
Queridos amigos:
Confío que mis palabras os encuentren bien. Os escribo en este último día del año litúrgico y también de noviembre, que aquí en República Dominicana se considera el Mes de la Familia. Desde que me enteré, me pareció muy bonita la idea de dedicar un mes a este tema, por las repercusiones que tiene en nuestra vida personal y de sociedad. Hoy solo quiero compartir con vosotros algunas anécdotas que he vivido y que me han tocado el corazón en este sentido.
Aquí, como en todas partes, la familia está sufriendo mucha desestructuración. Pero, además, se unen ciertos rasgos culturales que hacen que, por ejemplo, un hombre tenga hijos con varias mujeres. Sin ir más lejos, esta mañana oía hablar de un señor que tiene más de 30 hijos de diversas madres. He de decir que esto no es lo más normal, pero en algunos casos se da.
Algo que también me ha sorprendido es la cantidad de personas que solo tienen un apellido, el de la madre, porque no han sido reconocidas por su padre. Como digo, es muy frecuente, y supongo que la mayoría de las personas lo viven con normalidad. Pero siempre hay excepciones. Como estoy llevando la Secretaría de nuestra escuela, ando revisando toda la documentación de nuestros alumnos. Hace unas semanas descubrí que uno de ellos, que viene de otro centro, solo tiene un apellido en su acta de nacimiento y, sin embargo, en los datos que aportaba la otra escuela aparecía con dos. Al hablar con él para aclarar el tema, me di cuenta que había mentido sobre sus apellidos porque sentía vergüenza de tener solo uno. ¿Quién se para a pensar cómo se siente este niño?
Por otra parte, a lo largo del mes, la hermana que imparte la asignatura de Formación Humana y Religiosa pidió a los alumnos que hicieran un árbol con fotos de los miembros de su familia y que escribieran al lado cualidades de cada uno de ellos. Ha habido árboles muy bonitos, pero algunos de ellos me han tocado mucho, no por lo bonitos que fueran sino por las historias que esconden. Por ejemplo, el de un niño que había puesto 12 cualidades de su madre y sólo 2 de su padre. En esa familia, el padre practica la violencia doméstica, por decirlo de manera suave. Y yo vuelvo a preguntarme, ¿quién se para a pensar cómo se siente este niño? Hay otros tres hermanitos que perdieron a su padre en junio, por un cáncer repentino. El hombre murió sabiendo que su mujer estaba con otro, y los niños lo saben. Lógicamente, eso está teniendo repercusiones en sus comportamientos porque, en la actualidad, ese “otro” está viviendo con ellos. Los niños incluyeron a su padre en el árbol. Intuyo que detrás del verbo “era” que precedía a sus cualidades había un recuerdo doloroso. Y sobre el hecho de que uno de ellos, con no más de 10 años, haya preferido irse a vivir con el abuelo, ya ni conjeturo. Entonces vuelvo a preguntarme, ¿alguna vez la madre de estos niños se parará a pensar cómo se sienten sus hijos?
Todos los arbolitos familiares han estado expuestos durante esta semana y, como fin de la exposición, se invitó a los padres a que pasaran a verlos ayer por la mañana. Yo andaba por ahí haciendo fotos. Me dio mucha pena ver a algunos niños que estaban solos, simplemente mirando a sus compañeros acompañados de su familia. Seguro que a sus padres les resultó imposible venir y que sus motivos estaban totalmente justificados, pero yo me pregunto una vez más: ¿quién se para a pensar cómo se sienten estos niños en esos momentos?
Ya fuera de la escuela, el sábado pasado ocurrió algo similar en una celebración especial que se organizó para las familias de los niños que vienen a catequesis. Cuando llevábamos un rato, me di cuenta de que Santa, una de las niñas más pequeñas, se salió fuera. Miraba a lo largo de la calle. Le pregunté qué le pasaba y, llorando, me dijo que su mamá no había venido. Su hermana mayor me confirmó que había venido ella porque su madre estaba trabajando. Santa lloraba con un desconsuelo tal que partía el alma. Yo intentaba hacerle entender que su mamá no había llegado todavía porque estaba trabajando para ganar unos “cuartitos” y que ellos pudieran comer, pero a ella ninguna razón la consolaba. Todo su afán era irse a buscar a su madre. Cuando ésta llegó, me sentí la persona más feliz del mundo, creo que más incluso que Santa. Le enseñé las fotos que había hecho un rato antes, cuando el grupo de Santa hizo su actuación, y juntas le cantamos la canción que el grupito había cantado. Como recompensa obtuve la mejor de las sonrisas en medio de una carita negrísima “guarreteada” por las lágrimas.
Todas estas anécdotas me han hecho pensar –y orar- mucho durante estos días, no solo sobre la vulnerabilidad de los niños y lo mucho que sufren como consecuencia de las acciones de los adultos, sino también sobre la importancia de estar ahí, de disfrutar de los nuestros, de ofrecer y recibir cercanía y cariño, de sentirnos familia y que pertenecemos a alguien. Porque no somos seres aislados, sino seres-para-los-otros. Ciertamente, las relaciones son muy difíciles, y algunas situaciones las agravan aún más. Sin embargo, ahí está la clave de una vida emocionalmente estable y sana, en gozar de relaciones que nos permitan ser nosotros mismos, sentirnos amados y respetados. Por otra parte, estoy convencida de que en la medida en la que nos entregamos a los demás, nuestra vida adquiere más y más sentido.
Jesús nació, como todos nosotros, en el seno de una familia. Ahí es donde aprendió lo importante, de María y de José. ¡Padres, tenedlo en cuenta…! Y con el tiempo y su experiencia de Dios, Jesús entendió que los lazos familiares no son sólo los de la sangre, sino que estamos llamados a vivir sintiéndonos hermanos unos de otros, porque compartimos un mismo Padre. Ojala, cada vez más, esto sea una realidad entre nosotros. Ojala seamos de las personas que van por la vida poniéndose en la piel de los demás, especialmente de los más vulnerables y de los que nos quedan más cerca. Porque entonces, solo entonces, podremos transformar este mundo sintiéndonos verdaderamente hermanos unos de otros.
Hoy, en este último día del Mes de la Familia, elevo una oración especial por todos vosotros con quienes he compartido algo importante en algún momento porque, de alguna manera, todos formáis parte de mi vida y, por tanto, sois mi familia.
¡Feliz tiempo de Adviento!
Un abrazo y hasta pronto,
Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana