CARTA DESDE MANOGUAYABO

Manoguayabo, 25 de octubre de 2014

Queridos amigos:
Recién celebrada ayer la fiesta de nuestro querido Padre Claret, os deseo a todos que estéis viviendo un buen mes misionero, dando lo mejor de cada uno a los demás y transmitiendo el hermoso mensaje del Evangelio que nos dejó Jesús.
Como seguro todos sabéis, el lema elegido para el DOMUND de este año es “Renace la alegría”. Y, ciertamente, renace la alegría cuando nos encontramos con el Dios de la Vida dentro y fuera de cada uno de nosotros. Es importante buscarlo dentro, en nuestro interior, en ese lugar sagrado que cada uno tenemos, donde siempre podemos refugiarnos para encontrarnos con nuestro verdadero ser, pero también con el Dios de la Vida que nos habita. Y la realidad es que cuanto más frecuentamos esa interioridad, más y mejor sale hacia fuera lo mejor de nosotros mismos, porque germina y da fruto esa semilla de divinidad con la que fuimos creados. Es entonces cuando se nos aclara la mirada y somos capaces de ver a Dios, no solo dentro de nosotros, sino en los demás. Y florecen las mejores actitudes de que somos capaces, haciendo que el Reino de Dios sea una realidad tangible, visible… renaciendo la alegría en nuestro interior y haciendo que renazca en todos aquellos con los que nos relacionamos. ¿Acaso no es eso lo más importante que hizo Jesús?

14 Niu00F1os 2
En este rinconcito del mundo en el que me encuentro, sigo viendo signos de esa alegría que brota de la entrega a los demás, fundamentada en el Evangelio. Me sigue impresionando cómo gente que es sumamente pobre es capaz de desprenderse de lo poco que tiene para compartirlo con otros que lo necesitan igual que ellos mismos. Es Evangelio puro. Ver ese tipo de realidades me hace recordar -reconozco que con cierta pena- cuán difícil es desprenderse en el primer mundo de tantas cosas. ¡Es tan fácil acumular y apegarse a las posesiones aunque no se necesiten! Supongo que es porque tener cosas genera seguridad. Aquí, sin embargo, en el batey, la mayoría de la gente sólo busca tener qué comer cada día y sanarse cuando enferman. Desde luego, existen muchas esclavitudes, como en todas partes, pero la de acumular no está en la lista de las prioridades.
En este mes, voy a hablaros de los dos casos que más me han tocado. El primero de ellos es el de un chico de 21 años del cual me hablaron hace varias semanas. Un par de personas me pidieron que fuéramos a verlo porque llevaba más de seis meses con diarrea. Yo no lo había visto nunca porque no suele moverse mucho del sitio donde vive, que es bastante lejos. Cuando fuimos a visitarlo, estaba flacucho y débil, con bastante mal aspecto. En la casa viven él y uno de sus hermanos. Su madre murió hace cuatro años y su padre se fue a otro sitio a vivir. Es un chico bastante inocente para la edad que tiene, sensato y con ganas de salir adelante, a pesar de las circunstancias que le han tocado vivir. Enseguida le dimos comida, antiparasitarios y vitaminas, y le propusimos hacerle analítica completa para ver de dónde venía el problema de la diarrea, a lo cual él accedió. En su rostro se percibía una mezcla de asombro y de agradecimiento que nos tocó el corazón. En el camino de vuelta, aparte de compartir este sentimiento, compartimos también una inquietud que a mi compañera y a mí nos invadía, y era la posibilidad de que el chico tuviera el virus del VIH-SIDA. Nos lo imaginamos por unas marcas que le vimos en los brazos, y también al enterarnos de quién era su madre y quién es su padre. El caso es que lo llevamos a hacerse los análisis y, por desgracia, cuando fuimos a recoger los resultados, los doctores confirmaron nuestras sospechas. Yo a él le había preguntado el día que fuimos a hacer la analítica si sabía de qué había muerto su madre. Nadie se lo había dicho, a pesar de que él tenía 16 años cuando ella murió. Le impactó mucho. A pesar de eso, mi conciencia me decía que debía hablarle de la posibilidad de que él también portara el virus, más que nada por irlo preparando por si llegara el caso. Aún así, recibir la noticia fue un jarro de agua fría para los dos. No se me va de la mente la imagen de ese momento, allí, en la consulta, el nerviosismo que mostraban los doctores por la noticia que tenían que dar, la cara del muchacho, sus primeras lágrimas… y una vez que salimos de la consulta, sus continuas preguntas sobre cómo podía ser eso verdad si él aún no ha tenido relaciones sexuales con nadie, así cómo el por qué tiene que pasarle eso a él, que nunca ha hecho nada malo… Su frase “se me acaba de estropear mi vida, ya no voy a poder tener ni siquiera un hijo” estaba tan llena de impotencia y frustración, que hasta dolía.
Fue un trago amargo, muy amargo. Nunca me había tocado acompañar a alguien en un momento como ese. Sin embargo, Dios me dio las fuerzas necesarias para darle ánimo sin que se me quebrara la voz. Y lo digo así porque en el momento del “veredicto” se me encogió tanto el corazón que dudé de ser capaz de encontrar palabras de consuelo y de ser capaz de aguantar las ganas de llorar que sentía. Le dije que lo importante era haberlo descubierto a tiempo y tener la posibilidad de poner remedio, y que por eso ya teníamos motivos para dar gracias a Dios. En fin, que “aguantamos el tirón” como pudimos, los dos. Mi esperanza es que, cuando empiece esta semana con las retrovirales, su cuerpo vaya reaccionando y sus defensas aumenten. Por lo pronto, además de los alimentos que normalmente damos a los necesitados, le estamos comprando hígado y habichuelas negras, que dicen que ayuda. Y lo que espero con fuerzas es que me hagan caso y todos los hermanos se hagan analítica para ver si también portan el virus… Me sigue pareciendo increíble la falta de responsabilidad de los padres en este sentido, ¡es algo a lo que no termino de acostumbrarme!

14 Niu00F1os
El otro caso no es tan drástico, pero también me impactó. Se trata de un hombre al que nos habían referido para que fuéramos a visitarlo porque, según me decían, no tenía fuerzas para nada y estaba muy débil. Ciertamente, cuando lo encontramos, así se le veía: sin fuerzas y debilucho. Al preguntarle qué sentía o qué le dolía, no fuimos capaces de sacarle otra respuesta que no fuera “hambre”. Sentía hambre, le dolía el estómago de hambre, no tenía fuerzas porque tenía hambre. Así de sencillo. Cuando le pregunté si quería hacerse análisis para detectar si tenía algo que requiriera algún tratamiento, su respuesta siguió siendo la misma: “lo que tengo es hambre y se me quitará cuando tenga algo todos los días para comer”. Lógicamente, le dimos una bolsa con comida, además de algunas vitaminas y proteínas.
Cuando lo dejamos, mi compañera Ana y yo compartimos nuestro desconcierto ante la situación. No sé explicaros bien por qué, pero nos quedamos con una sensación extraña. Seguro que ese hombre tiene algo más, pero a él nada le importa, simplemente “tiene hambre”. Y su única preocupación es poder encontrar comida cada día. Seguro que alguno de vosotros está pensando algo así como ¿y no puede trabajar? La respuesta no es sencilla de explicar, porque hay que conocer esta realidad para entender algunas cosas. Desde luego, en el estado en el que se encuentra, no puede trabajar. Pero incluso aunque mejorara y recuperara fuerzas, tampoco aquí es tan fácil encontrar trabajo porque está todo el mundo igual. Los que tienen algo montado, bien, pero los que no… se hace difícil, al menos, tal como están las cosas por el momento.
En fin, voy terminando ya esta carta. Eso sí, aunque estemos casi terminando el mes de octubre misionero, os invito a seguir viviendo con actitudes misioneras, cuidando esa interioridad de la que os hablaba al comienzo de mi carta y dando lo mejor de cada uno a los demás, especialmente a los más necesitados. Sólo así renacerá en nuestro interior la verdadera alegría y conseguiremos que ésta reine en los ambientes en los que nos movemos.
Un abrazo grande para cada uno y hasta el próximo mes.

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana