CARTA DESDE SAN PEDRO SULA

San Pedro Sula, 24 de junio de 2023

Queridos amigos, un abrazo grande y caluroso desde estas tierras hondureñas.

Como siempre, espero que todos os encontréis bien, tanto de salud como en general. Por aquí, tanto la gripe como el covid andan haciendo estragos entre la gente. Incluso yo he caído esta semana. No sé si alguien me pegó la gripe o que me enfrié poniéndome delante del ventilador estando sudando, o quizá ambas cosas. El caso es que el sábado pasado amanecí sin voz y aun ando intentando librarme de los últimos residuos gripales, jajajaja, por llamarlos “finamente”.

Este último mes podría definirlo como “de tocar mucho dolor” o, mejor, “dolores” de diferentes tipos. Puede parecer increíble, pero los esposos de cuatro mujeres muy cercanas han sufrido accidentes. Todos ellos son gente de bajos recursos, pero con algo de trabajo, y ahora van a pasar un tiempito sin ganar dinero por estar inmovilizados y, además, con gastos sanitarios. Ya sabemos lo que eso va a suponer para las familias…

Otra situación verdaderamente dolorosa ocurrió hace tres semanas, cuando una de las Madres Maestras me contó que habían secuestrado a su sobrino de un añito y pico. El niño iba con su papá cuando fueron sorprendidos por los secuestradores, que se llevaron a ambos. Pidieron un rescate a la familia, quienes tuvieron que vender la casa y el coche para poder pagar la cantidad que solicitaban. Con ese rescate soltaron al padre y se quedaron con el niño, pidiendo un nuevo rescate tres veces superior al primero. Ya os podéis imaginar la angustia de la familia, puesto que en ese momento se habían quedado sin nada para vender. Los secuestradores enviaban fotos del niño por la noche, después de bañarlo, o de día, en un supermercado… Una situación verdaderamente angustiosa. Estuvimos pidiendo ayudas aquí y allá, otros familiares vendieron unas vacas que tenían… pero con todo solo se consiguió una tercera parte del nuevo rescate. Al final tuvieron que endeudarse y pedir prestado para poder recuperar al pequeño. El día señalado, justo una semana después del secuestro, la madre fue acompañada de alguien al lugar que le indicaron, pero a la pobre la tuvieron 14 horas esperando hasta que, a las 3 de la madrugada, le entregaron a su hijo.

Yo estuve con ellos la noche antes del pago, para darles lo que había recaudado, y fue de lo más triste. La madre del niño estaba deshecha. En esas situaciones no hay palabras que alienten, o al menos eso siento yo. El día después de recuperar al niño, me pidieron que los acompañara a celebrar la eucaristía para dar gracias por tenerlo de nuevo con ellos. En sus caras se reflejaba la alegría por tenerlo de vuelta, pero sus miradas seguían reflejando surcos de dolor por todo lo vivido, como queriendo gritar palabras que no podían salir ya de sus bocas. Muy triste, de verdad. En cuanto al niño, en principio se le veía bien, contento por estar con los suyos. Pero unos días después empezó a decir y hacer cosas que nunca había hecho. ¡Sabe Dios qué viviría esa criatura durante esa semana! Será una duda que esos padres y cuantos lo quieren tendrán para el resto de sus vidas.

Por otra parte, ayer, otra Madre Maestra me contaba que el día anterior un familiar suyo, después de golpearla, la amenazó de muerte. Y todo, por problemas de malas relaciones entre ellos, por falta de entendimiento y por querer recuperar a una nieta que se llevaron para vivir en un lugar poco recomendable. Me asusta el nivel de agresividad y de violencia que se vive en nuestro mundo. Porque estoy absolutamente convencida de que estos no son casos aislados que me ha tocado conocer, sino realidades demasiado cotidianas que tienen lugar en todas partes.

La cuestión es que me sorprendió la valentía y la fe de esta mujer. Valentía, porque a pesar de que su hija le decía que lo mejor era irse a vivir a otro sitio donde no la pudieran encontrar, ella no paraba de asegurarme que no pensaba irse de su casa, que ella no había hecho nada malo como para tener que huir y que no le tenía miedo. Y la fe, porque el motivo que ella me daba para no sentir miedo es que Dios está con ella. Simplemente eso. Sin más. Lo primero que uno podría pensar ante este comentario es “Como si Dios pudiera impedir que alguien viniera y la matara”. Sin embargo, es justamente a lo que nos invita el Evangelio de este domingo.

Por último, aunque pueda parecer que no tiene nada que ver, hubo otra situación que también me dio mucha pena. Esta ocurrió una tarde, compartiendo con las mujeres de la Comunidad Eclesial de Base (CEB) que acompaño. Todas viven en uno de los bordos que hay cerca de casa. Me encanta ir allí porque el entorno es el mismo que tenía en el batey de Santo Domingo: calles sin asfaltar, casas hechas con lo que se encuentra (tablas, láminas de cinc o lo que sea), mucha pobreza… En uno de los temas que tocamos este mes salió la conversación sobre que solo cuatro de ellas pueden comulgar, porque el resto están viviendo en pareja, sin estar casadas por la Iglesia. Al preguntarles cómo se sienten al respecto abrieron sus corazones y, con lágrimas en los ojos, me confesaron lo que eso les hace sufrir. La cuestión es que aquí la mayoría de los hombres prefieren no casarse. Vamos, que es una situación bastante generalizada. Y estas mujeres en concreto querrían, porque son católicas y creen en el matrimonio. Pero ante la negativa de ellos, nada pueden hacer. Pero, claro, las normas de la Iglesia son las normas de la Iglesia y, al final, las que se ven afectadas en ese sentido son ellas. Y, para ellas, esto es un dolor grande porque, de alguna manera, se sienten marginadas justamente por su Iglesia. No voy a comentar lo que pienso al respecto porque seguramente la mayoría de los que me leáis ya sabéis lo que pienso. Solo dejare al aire la pregunta; ¿Qué diría Jesús de esto?

Pero, a pesar de tanto dolor, o más bien, en medio de ese dolor, siempre hay anécdotas que me hacen maravillarme de la voluntad humana por salir adelante. Estoy recordando ahora a otra de las mujeres de la CEB, con la que me senté en su casa la semana pasada. Al preguntarle por su vida me contó que tuvo 14 hijos, de los que ya solo le quedan 5. Varios de ellos murieron por enfermedades que no eran demasiado complicadas, pero que no tuvieron la atención adecuada (¡sin palabras!). Una de sus hijas quedó embarazada, pero decidió deshacerse de la hija que le iba a nacer porque ella se consideraba demasiado joven como para dedicarse a cuidarla y, además, en ese momento tenía la posibilidad de irse a vivir a México. Así que esta mujer la convenció para que no abortara, asegurándole que ella cuidaría de su nieta. Desde entonces, aunque ella vive enferma, se ha estado levantando durante años de madrugada para ponerse a amasar y hacer las típicas baleadas hondureñas, que luego vende para poder mantenerse a sí misma y a su nieta. Y no solo eso, sino que también ha podido pagarle los estudios universitarios para que la chica salga adelante. No penséis que las baleadas son caras y que gracias a ellas gana una fortuna. Para nada. Una baleada puede costar unos 35 céntimos de euro. Así que ya os podéis imaginar la cantidad de baleadas que esta mujer habrá hecho para poder salir adelante… Es un ejemplo de tesón, de esfuerzo, de voluntad. Y así hay muchas mujeres. Mujeres que son luchadoras y que, por muchas miserias que tengan que arrastrar, no sucumben y siguen adelante, cambiando como pueden el rumbo de la historia que les ha tocado vivir.

Me están viniendo otras historias a la mente, pero mejor lo dejo ya para no aburriros. De hecho, hoy no os voy a contar nada más, ni siquiera de los jardines de infancia, puesto que todo va bien y ya me he enrollado mucho.

Solo acabo con una imagen que veo todos los días desde mi ventana. Es un árbol.

Cuando el mes pasado me fui a Roma, estaba peladito, sin hojas, tan seco que el mismo viento hacía que se rompieran las ramas y cayeran al suelo. De hecho, en casa teníamos la duda sobre si alguien lo habría envenenado para que se secara. Sin embargo, cuando volví de Roma estaba floreciendo. Y ahora esta absolutamente verde y frondoso. Me hace pensar en la vida misma. Todos pasamos por momentos difíciles, algunos muy duros: enfermedades, pérdidas de trabajo o de seres queridos, rupturas, abandonos, quizá hasta maltratos de algún tipo… Sin embargo, la vida tiene su ritmo. De todo lo malo se puede sacar algo bueno, aunque sea la capacidad de superación, de recomponerse, de madurar… Sigamos aprendiendo a vivir, cada día lo que toca, asumiendo incluso lo que no entendemos, con la esperanza de que, como el árbol frente a mi ventana, un día puede estar peladito y tres semanas después verde y frondoso. ¡Nunca perdamos la esperanza de que las cosas pueden cambiar!

Y… ahora que me doy cuenta… menuda coincidencia… ayer tuvimos un taller de reciclado para las Madres Maestras. Una de ellas trajo a su hija, quien antes de irse vino a darme un regalito que me había hecho en un trozo de cartón usado: ¡¡¡un árbol pintado por ella!!! Curioso, ¿eh?

Pues nada, un abrazo grande y hasta después del verano.

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana