CARTA DESDE MANOGUAYABO

Batey Bienvenido, Manoguayabo, 23 de diciembre de 2018

Queridos todos:

Aprovecho para escribiros unas letritas antes de entrar en la vorágine de los días navideños, siempre con el deseo de que os encontréis bien.

Imagino que ya todo el mundo estará preparando las fiestas que se acercan. En la Escuelita la celebramos el viernes 14, porque al día siguiente yo me iba a Cuba, por cuestiones de la Congregación, y ya no iba a llegar antes de dar las vacaciones. Como son tantos niños y no cabemos todos en la Escuelita, organizamos la fiesta en nuestra casa. Este año fue algo diferente de lo habitual puesto que unos chicos de la ciudad que trabajan en el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo contactaron conmigo a través de un amigo común. Querían hacer una actividad con niños de la zona y aprovechamos la ocasión.

La verdad es que pasamos una mañana estupenda y los niños disfrutaron de lo lindo. Ya el hecho de que fuera en nuestra casa les emocionó. Se les notaba en las caras, como podéis ver en la foto…

Nada más llegar empezaron los juegos y canciones. Luego apareció Santa Claus y los chicos no daban crédito a lo que veían. Muchos preguntaban si había venido desde el Polo Norte, ¡bendita inocencia!… nada más verlo corrieron todos hacia él para abrazarlo y casi lo tumban… Siguieron con las dinámicas y los cantos, ya dirigidos por Santa… luego los hot dogs… el bizcocho… y, por fin, los juguetes. Santa Claus fue muy generoso y cariñoso con todos. Y para los niños fue una experiencia inolvidable. ¡También para los maestros!

Ciertamente estoy muy agradecida al grupo que con tanta ilusión preparó todo. ¡Ojala se repita!

Por lo demás, el día de hoy ha sido completito. Por la mañana, al terminar la eucaristía, estuvimos preparando el pedido de alimentos para repartir a los más necesitados del Batey. En navidad, además de los productos básicos habituales, incluimos alguna cosita más, incluyendo un pollo. Todos los beneficiados estaban muy agradecidos.

Y la tarde la he pasado en urgencias. Anoche, al salir del local donde atiendo a la gente, me acerqué a visitar a Delania, una señora mayor a la que hace poco le diagnosticaron cáncer. Me extrañaba que llevara varias semanas sin venir a verme, así que decidí ir a darle una vueltecita. Me la encontré en la cama, con las piernas y el vientre totalmente hinchados y con un dolor horroroso. Me contó que se ha perdido dos citas con el oncólogo y con otro médico porque ninguno de los 9 sobrinos que tiene la ha querido llevar al hospital. Todos dicen que ya no merece la pena gastar dinero en ella porque se va a morir, ya que ni come ni bebe.

El asunto me pareció indignante, así que decidimos llevarla hoy por Urgencias para que, al menos, le aliviaran el dolor. El 26 volveré a ir al Hospital Oncológico a ver si le consigo nuevas citas y reiniciamos el proceso, ya sabiendo que tenemos que encargarnos nosotros porque la familia no lo va a hacer. Ojalá la pobre mejore un poco. Al menos ha recobrado algunas esperanzas solo por el hecho de saber que hay gente que se preocupa por ella y que es importante para alguien. Como tantos otros…

Todas estas cosas que os cuento me han hecho pensar en este tiempo de Adviento que terminamos mañana. Realmente creo que toda nuestra vida es -o debería ser- un tiempo de Adviento. ¿Por qué? Pues porque el Adviento es un tiempo de esperanza, de renovar ilusiones, de esperar la llegada del Dios-con-nosotros a nuestra frágil vida. Es abrumador pensar que la Divinidad sea capaz de despojarse de su categoría divina y hacerse uno con nosotros, uno como nosotros… una criatura frágil, dependiente de los cuidados de sus padres, vulnerable, con toda una vida por delante para aprender, para conocerse a sí mismo, profundizar en su identidad, descubrir la presencia de Dios en su vida… en definitiva, para enseñarnos a vivir.

Me gusta pensar en María en estos días, ya bien gordita, tocándose la barriguita como suelen hacer las mujeres embarazadas, mientras piensa, sueña, se pregunta… “¿Cómo será este Hijo de Dios que llevo en mis entrañas por pura gracia divina?, ¿por qué Dios me eligió a mí para traerlo al mundo si yo no soy nada especial?, ¿qué quiere Dios de mí?”. Y mientras, con la mente llena de dudas y el corazón lleno de deseos, María espera el tiempo de Dios.

El caso es que Dios viene. Viene cada día. Viene a nuestra vida. Quiere encarnarse en cada uno de nosotros, venir a nuestra realidad cotidiana, ¡quiere nacer en cada uno de nosotros! Porque, ciertamente, de alguna manera, todos estamos “preñados” de Él, lo llevamos en nuestras entrañas, en nuestro corazón, aunque muchas veces no seamos conscientes.

Siento que Dios está en cada niño del Batey, en cada enfermo, en cada anciano, en cada persona que me encuentro, en quienes me quieren y me tratan bien y también en quienes me tratan mal y me hacen sufrir. Reconocer esa presencia misteriosa de Dios en cada persona es a veces difícil, pero quizá sea la mejor manera de vivir en clave de Adviento.

De igual manera, creo que nos ayuda ser conscientes de que estamos llamados a llevar a cada persona a ese mismo Dios que llevamos dentro. Ojalá cada día lo dejemos nacer en nuestra vida y lo llevemos a los demás, a cada cual según lo necesite, con una visita, con una sonrisa, con un gesto cariñoso, con un donativo… ¡con lo que sea!

Con este deseo profundo me despido de vosotros hasta el próximo año. Un abrazo grande, feliz Navidad y feliz año nuevo.

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana